jueves, 30 de octubre de 2014

Sólo una sombra...

Sólo una sombra...  
(Revista: Big Bang)

Comenzó a arrastrarse desde un rincón de mi cuarto. Escondiéndose en la oscuridad, avanzando despacio. Mas negra que la noche y el carbón. Yo la miraba desde mi cama, sorprendido. Acababa de despertar de una pesadilla espeluznante, en la que algo me perseguía, pero no podía verlo. Algo se acercaba a mi, y si me alcanzaba, me mataría. Cuando me desperté, la vi. Una sombra desprendiéndose de las otras sombras. Al principio pensé que era sólo mi imaginación, que todavía estaba soñando. Pero las otras sombras no se movían, así que esta no era una simple sombra.
Avanzaba ondulante, como una víbora muy larga y gruesa.
Sabemos que las sombras desaparecen si prendes la luz, pero sabía que esta no era una sombra, así que no tenía caso prender la lámpara de la mesa de noche.

La figura oscura había llegado al borde de mi cama. Ahora comenzaba a reptar para subir por un extremo. Yo encogí las piernas y me pegué a la cabecera, con el corazón golpeando mi pecho. Sentí perfectamente su peso cuando alcanzó el colchón. Pero ahora ya no parecía víbora, sino una garra, con seis largos y huesudos dedos. Se movía abierta como una araña, jalando un poco las cobijas para empujarse hacia mí. Y no tenía cuerpo. Me moví y la garra reaccionó a mi movimiento, como si tuviera ojos. Se abrió, abarcando casi el ancho de la cama. Pesada como plomo. Llego hasta mis pies y los agarro. A través de la cobija, percibí que era helada, como un día de invierno. Estaba paralizado, solo podía observar como la garra-sombra iba subiendo, helando mi cuerpo. Comencé a gritar y se me echó encima, sofocando mi voz. Me cubrió por completo y entonces me di cuenta de que tenía pulso, como si fuera un ser vivo.
No podía ver nada, sólo oscuridad. La garra comenzó a apretar, y cada vez que lo hacía yo sentía que me asfixiaba. Cada vez me faltaba aún mas el aire, la garra se estaba cerrando más, si lo hacía aún más me mataría. De repente la puerta se abrió. La luz se encendió.
Yo estaba completamente enredado en las cobijas, pero ya no sentía frío ni presión, la garra había desaparecido.
–¿Qué tienes, por qué gritas? – preguntó mamá.
–Tuve... una pesadilla– dije, mientras ella me liberaba de las cobijas y me abrazaba.
Ahí, en los brazos de mamá, todo estaba bien. Entonces, por encima de su hombre pude ver en un rincón, algo que se replegaba contra la pared. Parecía una sombra, pero yo sabía que no lo era, y que en cuanto volviera a quedarme solo...

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