El Cuervo Endemoniado
(Leyendas mexicanas)
Los leones rugen, las ovejas balan, los elefantes
barritan, las abejas zumban, los perros ladran. ¿Y los cuervos? Crascitan.
Pues eso hacía noche a noche en un puentecillo aquel pajarraco negrísimo, cuervo magnífico, muy grande y de lustroso plumaje. Los vecinos del lugar, Barrio de San Pedro y San Pablo, estaban fastidiados por aquel animalejo que a las doce de la noche les interrumpía el sueño con sus gritos. Y hasta con palabras, porque según muchos aquel cuervo era nada menos que el mismísimo Lucifer.
Durante el día se refugiaba en una casa abandonada cercana a ese punte, que apenas se mantenía en pie. Entre vigas caídas y tiliches ruinosos pasaba las horas de luz diurna. Y en cuanto la noche inundaba las calles, salía de su guarida para volar por las casas.
Se posaba de vez en cuando en alguna ventana, cuyos dueños se asustaban y cerraban inmediatamente los postigos a piedra y lodo.
Cuentan que a ese barrio llegó a vivir una familia conformada por los padres y tres hijos, los cuales se llamaban Juan, Miguel y Santiago, y tenían entre 10 y 16 años de edad. Los muchachos al oír al cuervo y luego por los vecinos al oír sus quejas, decidieron librar al vecindario de aquella terrible molestia.
Cada uno por su lado ideó su plan. Juan el mayor, fue el primero en poner en práctica su estrategia. una noche, sin que sus padres se dieran cuenta, salió de casa y llegó al puente para aguardar, embozado en su capa, al ave. Esta llego muy puntual. Con los doce campanadas, se posó en la baranda del pequeño puente y como un eco repitió con sus graznidos los doce golpes de tiempo. Juan se impresionó al oírlo pero decidido le lanzó su capa para atraparlo. El animal solo dió un giro en corto vuelo y se posó de nuevo en el mismo lugar diciendo:
– ¡Jua, jua, jua... Juan, al demonio no podrás atraparrrrrrrrr!
El muchacho cuando escuchó esas palabras del pico del cuervo, sintió que la sangre se le escapaba del cuerpo y con terror se fue corriendo, tan rápido como sus piernas le permitieron llegando así rápidamente a su habitación.
A la mañana siguiente Miguel y Santiago sabían, por la cara con la que amaneció Juan, que su intento no había tenido éxito y sonrieron socarronamente al verlo aún pálido por el susto de la noche anterior.
Esa misma noche, antes de las doce, Miguel se preparaba para intentar la hazaña. Se decía a sí mismo:
¡Yo solo lo atraparé!, seré el héroe del barrio al librarnos de es animal que tanto los atemoriza. Yo soy más valiente y listo que Juan. Todo eso pensaba mientras tejía una redecilla de hilo fuerte y ligera.
Pues sí, Miguel era más valiente, tanto que cuando el cuervo le habló no corrió, ni siquiera se asustó. Pensó que no era tan raro ni demoniaco que un cuervo hablara. Aunque si los sorprendió que supiera su nombre.
–¡Migh..! ¡Migh..!¡Miguel, si quieres atrapar al diablo, ven por él! ¡Ven por él! – dijo estas palabras la misteriosa ave y se alejo del puente volando directamente hacia su guarida.
En la oscuridad de la casa en ruinas se perdió el cuervo. Miguel, valiente, si arredrarse y con decisión fue hasta la tétrica morada, entro ahí saltando por una ventana y pisando entre los escombros que le hacían perder el equilibrio, vio de pronto una visión fascinante.
En el patio central de la casa bajo un rayo de luna clarísimo estaba parado el cuervo proyectando una sombra siniestra sobre el piso. Avanzó el muchacho con paso felino, y sin quitarle los ojos de encima a su presa.
Cuando estuvo a una distancia que creyó adecuada lanzó su redecilla. Pero el impulso inicial ésta se atoró en algo que Miguel no podía ver por la oscuridad. Jaló con fuerza para liberarla y entonces con gran estrépito se le vino encima un montón de escombros, que esquivo, de lo contrario lo hubieran hecho papilla o roto bastantes huesos. Por el estrepitoso ruido, el cuervo alzó el vuelo y Miguel, chasqueado, regresó a su casa con disgusto, raspones y la ropa llena de polvo.
Al día siguiente le toco a Juan mirar con una sonrisa burlona a su hermano el valiente y le preguntó con sorna: "¿Te peleaste anoche con el gato, hermanito?"
Santiago, el más pequeño de los hermanos, no dijo palabra, sabía que era su turno intentar la hazaña. Sus hermanos mayores nunca lo creían capaz de hacer algo bien, siempre le decían: "Tú no hagas esto o lo otro, porque estás muy chico"
Esa noche el chiquillo salió de casa, con miedo, pues solo un tonto podía hacerlo. Caminar por la calle oscura mientras corría un viento helado y enfrentar a un animalejo que que decían que era el diablo no era para menos.
Muy envuelto en su capa oscura llegó al puente y aguardó agazapado. En unos instantes, llegó con terso vuelo el cuervo. Las doce campanadas sonaron acompañadas de los ríspidos gritos del avechucho maldito. A cada graznido Santiago se estremecía. Pos su mente cruzó la tentadora idea de irse corriendo a su casa, de meterse en su cama, o debajo de ella.
Cuando el cuervo terminó su macabro concierto, Santiago avanzó tres pasos en dirección al animal. Éste, al descubrir la presencia del niño, lo miró ladeando su pequeña cabeza y su gran pico con movimientos cortos, y también dio unos pasos sobre el barandal pedroso.
Santiago se quedó parado, como hipnotizado por la mirada del ave, y ésta hizo lo mismo como si fuera una estatua adornando el puentecillo.
Pasaron así una veintena de segundos y ninguno de los contrincantes hizo algo, o eso parecía, porque Santiago debajo de su capa había abierto un recipiente que traía. El muchacho avanzó otros dos pasos con gran suavidad y sin dejar de mirar al cuervo. Cuando éste se decidió a volar, Santiago rapidísimamente lanzó el contenido del recipiente que ocultaba, diciendo:
–¡Si el demonio eres, vete de este lugar! ¡Vete a los infiernos y no vuelvas más!
Un chubasco de agua bendita que Santiago había tomado de la pila de una iglesia, empapó al cuervo que gritando escandalosamente voló, huyendo a su conocido refugio, dejando tras de sí una estela de bruma y chispas rojizas.
La pobre criatura también huyó empapada, pero en sudor por el trance que había sufrido, Apenas entró a su casa cuando se escuchó en todo el vecindario un grandísimo ruido, todo el mundo se despertó. Señoras en camisón se asomaron persignándose por las ventanas, otras sin él también se asomaron, pero se ocultaron al notar su impúdica apariencia.
La casa maldita, guarida del cuervo, se había desplomado por completo. Una espesa nube de polvo flotaba sobre la ruina espantosa. Y como si descansara de una condena, la calle entera junto con su puente pareció exhalar un suspiro de alivio.
A la mañana siguiente, Juan y Miguel con sonrisas de complicidad dieron palmaditas en la espalda a su hermano menor, sentían orgullo y admiración por él; había logrado lo que ellos intentaron sin éxito.
Desde entonces ya no le hicieron burla y lo consultaban para hacer cosas, pues se habían convencido de que su fuerza y su valentía, con la inteligencia de Santiago, buenos resultados les darían.
Y también desde entonces aquel cuervo infernal ya no volvió a despertar con espanto a la gente de ese barrio. Y de su presencia sólo quedó el recuerdo que hizo que la calle se llamara "El puente del cuervo".
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