viernes, 25 de julio de 2014

Asesino

Asesino
Por: Pilar Obón
Revista: Big Bang

Ricardo mi hermano mayor, y yo, veníamos en el auto de regreso de una ciudad cercana, a donde habíamos ido a visitar a unos primos.
-¿Me dejas manejar? – le dije.
-Claro que no, apenas tienes 8 años – fue la respuesta.
-Y tú muy grande, ¿no?
-Te llevo 10 años, así que tengo 18, y ya me dieron mi licencia. Además esta carretera es un poco peligrosa.
-Tú te viniste por aquí en vez de tomar la autopista – le reproché – según tú era más rápido.
-Me equivoqué – acepto mi hermano – la verdad es que nunca me había venido por aquí.
Pronto anochecería, y las sombras comenzaban a descender sobre la solitaria carretera. Por lo menos no llovería, el cielo estaba claro. De pronto Ricardo se orilló a la cuneta en una  recta y detuvo el auto.
-¿y ahora? – pregunté.
-Tomé mucho refresco en la casa de mis primos – explicó- tengo que ir a… bueno, ahora vengo. Note bajes del coche, y sobre todo, no lo enciendas.
Le hice una mueca, él se bajó después de prender las luces intermitentes y se alejó descendiendo por una pequeña loma, hacia unos arbustos.
Entonces escuché un grito, seguido de una exclamación de dolor, que me puso los cabellos de punta y la piel de gallina…
Asomé la cabeza por la ventanilla y llamé:
-¿Ricardo?
Nadie contestó, pero había oído gritar, estaba seguro, así que me baje del auto y caminé hacia donde creí que provenía el grito. Me resbalé por la pendiente y me caí al suelo. Miré hacia el suelo y vi unas botas negras, muy sucias, manchadas  y con un líquido rojo y espeso. Ricardo no traía botas, traía tenis, levanté un poco la vista… pantalones negros y una capa del mismo color; era un hombre alto, robusto y fuerte. La capa terminaba anudada en el cuello, y sobre su espalda caía una capucha, no tenía cabeza y con sus manos enguantadas sostenía un hacha filosa y llena de sangre. Ese tipo o lo que fuera había matado a mi hermano y ahora venía por mí. Alzó el hacha sobre su hombro y yo grité con todas mis fuerzas, mientras me ponía de pie y salía corriendo de ahí.
El asesino me persiguió, entré en una parte boscosa, ocultándome entre los árboles. De pronto nada. Sólo escuchaba mi propia respiración agitada, mis ojos estaban llenos de lágrimas de terror. Me arriesgué a asomarme desde atrás de un tronco, el hacha llena de sangre cayo de golpe y cercenó de un solo golpe una rama gruesa que estaba a centímetros de mi cabeza, escape corriendo  a todo lo que daban mis piernas, con el asesino pisándome los talones. El hacha caía una y otra vez, cortando las ramas por donde yo pasaba. Entonces tropecé con una piedra en el suelo y caí, me puse de pie lo más rápido que pude, pero el asesino ya estaba frente a mí. Ese ser horrible sin cabeza blandió su hacha una vez más, y justo cuando descargaba su golpe fatal que me hubiera partido en dos, alguien me jaló por detrás, y escuché la voz de mi hermano que me decía:
-¡Corre!
No sé cómo rayos llegamos al auto perseguidos por el asesino y su hacha letal. Entramos y nos encerramos en el auto, era noche cerrada.
-¿Qué pasó?- pregunté, mientras Ricardo trataba nerviosamente de atinar a meter la llave en la marcha.
-Me caí en una zanja y grité – contestó- después escuché tu grito y me levanté. Pude ver que es tipo te seguía y…
-Ricardo, no tiene cabeza. Y ya mató a alguien, el hacha tiene sangre y…
Mi hermano arrancó por fin el auto y salimos rechinando las llantas en la carretera. Unos metros más adelante, el hombre sin cabeza surgió frente a nosotros, con el hacha levantada, esperándonos. Las luces de los faros lo iluminaron. Parecía un espectro que hubiese escapado del infierno.
-Sujétate –previno Ricardo – es lo único que podemos hacer.
Lanzó el auto sobre el asesino. Pasamos a través de él, como si hubiese sido un fantasma Miré hacia atrás, la carretera estaba desierta, nos miramos, estábamos vivos de milagro.

Desde ese día, mi hermano y yo somos los mejores amigos, pero nunca jamás volvimos a pasar por ese lugar, donde un asesino espera con su hacha ensangrentada.

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