viernes, 18 de julio de 2014

El Pasajero

El Pasajero
Por Pilar Obón
Revista Big Bang
A mi mamá le encantan los cementerios. Dice que son lugares muy pacíficos y bonitos, porque ahí todo el mundo está descansando. Pero a mí me chocan, me dan miedo, hay muchos muertos ahí. Hace poco la acompañe a visitar a una tía que vive en un pequeño pueblo no lejos de la cuidad. Estuvimos unas horas con ella y, después de comer, emprendimos el regreso a casa. Pero antes de salir, mi tía  advirtió a mi mamá:
-Laura, no se te ocurra ir a visitar el panteón.
-¿Por qué no? – Dijo mi mamá – pensaba hacerlo, hay uno precioso aquí.
-Porque es peligroso – contesto mi tía - ¡que manía  la tuya de visitar esos lugares! ¿Qué no sabes que se te puede subir un muerto al auto?
Mi mamá se murió de risa.
-¡Hay, claro que no! ¿Cómo crees Clarisa? ¿De dónde sacas esas ideas?
-Es cierto. Las llevará por un camino desconocido hacia el Reino De Las Sombras, y nadie NUNCA las volverá a ver.
-¡Clarisa por favor!
- Yo sólo te pido que no lo hagas. En ese cementerio han pasado cosas raras, no es como los demás.
Y en verdad no lo era. Hasta yo tuve que admitir que era muy vinito cuando pasamos por ahí. Estaba como acostado sobre una pequeña loma verde, y había  muchos árboles. Sus tumbas muy blancas, estaban adornadas con flores, y algunas parecían ser muy, muy viejas…
-Todavía es temprano – dijo mamá, deteniendo el auto – vamos  a dar un paseo entre las tumbas.
- Yo… yo te espero aquí- dije.
Mamá asintió y salió. La vi alejarse por entre las tumbas, y yo me quedé en el coche. Hacía mucho calor, así que abrí la puerta para que entrara la brisa fresca que soplaba entre los árboles. “El viento está jugando” pensé. Pero de pronto el airecito dejó de soplar  y la temperatura descendió. Todo se quedó muy quieto  y yo sentí un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Mi estómago se encogió. Tenía miedo.
-Mamá – grité- ¡Ya vámonos! - Ella venía ya, muy feliz.
-Hace frío, ¿No?- comentó, mientras se subía ante el volante.- Cierra la puerta y vámonos Lucy.
Condujo en silencio. Yo iba mirando por la ventana cuando de repente sentí que alguien más estaba con nosotros. Volteé hacia el asiento de atrás y no vi nada, pero la sensación estaba ahí. Estuve a punto de decírselo  mamá pero ella hablo primero:
-¡Qué raro! Este no es el camino de regreso.
Mire al frente y vi que en efecto ese no era el camino  era diferente y era una calle  en la que no habíamos estado antes.
Escuché, desde el asiento de atrás, una pequeña risa, seca y muy ronca, percibí un feo y horrible olor a podrido a carne descompuesta. Mamá también sintió eso porque miro por el espejo retrovisor. Frenó bruscamente y abrió la puerta de su lado mientras ordenaba:
-Lucy ¡Bájate!
-¿Por qué?- pregunte
-¡Bájate! – había pánico en su voz.
Yo que ya estaba asustada, no dije palabra y descendí del auto. Mamá me abrazó por los hombros y dijo, señalando hacia el coche:
-Lucy, tu tía tenía razón. En el cementerio se nos subió un muerto… -terminó la frase con un chillido.
Miré hacia el asiento trasero, poco a poco comenzó a distinguirse la silueta de alguien que estaba sentado ahí. La figura se formó por completo y vi que era horrible, tenía la piel verdosa y estaba casi en los huesos, su cabeza tenía solo unos cuantos cabellos y sus ojos eran muy negros, con grandes ojeras; sus labios completamente blancos y la piel ya estaba agusanándose.
Reía con esa risa como de graznido, que llego fuerte hasta nosotros. Juntamos nuestras manos temblorosas y pedimos que el muerto se fuera. Unos minutos después todo se puso negro, no vi nada más y nos desmayamos. Despertamos dentro del auto, junto al cementerio…
-¿Qué pasó? – pregunté
-No lo sé – respondió mamá – el muerto volvió al cementerio, vámonos de aquí.
Esta vez, el camino nos llevó directamente a casa. Algunas semanas después vendimos el auto, por más que lo lavamos nunca pudimos quitar el horrible olor a podrido que dejó el muerto. A mi madre ya no le gustan los cementerios.



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