miércoles, 2 de marzo de 2016

El Espejo...

(Autora: Lizette Ognibene)
Hoy el día es diferente, el aire es más helado, se ha oscurecido más pronto y con una negrura espesa y densa, como la neblina.
Pero, no importa, es un día hermoso y más porque es sábado, un día para descansar.
Ya sé lo que haré, apenas son las 7:00 PM, tomo un paquete de galletas de la cocina y un jugo de medio litro, subo corriendo a mi cuarto y empiezo a jugar. 
Me cansó de estar jugando y viendo vídeos, así que lo único que queda es ir a dormir.
Voy al baño, me lavó los dientes y la cara, froto mi cara contra la toalla y miró hacia el espejo...
— No, no, no, no, no, no — titubeo.
Mi reflejo está estático, mirándome, en una quietud mortal.
Maldición, esto debe ser una broma digo en un susurro ahogado.
La imagen sonríe de una manera sarcástica y macabra.
— Oh ¡Mier..! — mis palabras se traban.
El reflejo hace señales para que me acerque hacia él. Yo retrocedo, pero mis rodillas tiemblan tanto que se doblan y caigo al suelo. La puerta se ven tan lejana, trató de arrastrarme hacia ella pero mis músculos no responden.
El reflejo sonríe aún más, y hace un gesto para indicar que va a salir del espejo.
Con desesperación me arrastro lentamente hacia la puerta mientras el reflejo empieza a salir, sus cuencas, ahora vacías y con una negrura total en su interior.
Al fin llego a la puerta, me levanto y salgo corriendo lo más rápido que puedo.
En el baño se escucha como si algo se cayera pero ya no pienso regresar. De repente despierto de un golpe, con el empaque de galletas encima, voy al baño para lavarme la cara y los dientes...

domingo, 24 de enero de 2016

La Nodriza

(Leyendas Españolas)
Hace siglos en un imponente castillo se elevaba entre escarpadas montañas y frondosos bosques. Los condes, los señores del castillo, un matrimonio joven, hacía poco tiempo que habían visto colmada su dicha en el nacimiento de su primer hijo; el pequeñín era una criatura hermosísima, encantaba a cuantos le miraban.
Un frío día de invierno el conde y la condesa decidieron ir a cazar. A ambos le encantaba organizar cacerías en los bosques que rodeaban la fortaleza. A la gente del castillo le estaba permitido participar en las cacerías que organizaban sus dueños; pocos eran los que se quedaban en casa.
Aquel día, aparte de la nodriza y un par de viejos sirvientes sordos, nadie más se había quedado allí.
Antes de montar en su caballo la condesa se dirigió a la nodriza que, con el niño en brazos, había salido a despedirla, y le hizo toda clase de recomendaciones acerca del pequeño:
—No te separes para nada de su lado, vigila su sueño y cuida de mi hijo como si tuyo fuera, mi buena nodriza; ya sé que lo harás. Dios te guarde.
— Y a vos os dé buena casa, señora — dijo sonriente la nodriza.
Transcurrieron unas horas. El pequeñín dormía inquieto en su cuna: la nodriza lo miraba algo asustada. ¿Estaría enfermo?
Finalmente el niño paso de la inquietud al llanto; sollozaba con gran fuerza. La buena nodriza decidió cogerlo en brazos y pasearlo, pero el niño seguía llorando con verdadero desepero. El ama tocó entonces una de las manitas del niño y notó que la tenía helada. Viendo que el chiquitín tenía frío, decidió sentarse junto al fuego; comprobó que el niño estando cerca del fuego, cesaba de llorar.
La nodriza suspiró aliviada. "¡Alabado sea el señor! Al parecer tenía frío el angelito", sólo pensó para sí la nodriza. Lo arropó bien, añadió leña al fuego y, acunando al niño se quedó dormida junto al hogar con el pequeño en brazos.
Un agudo grito la despertó sobresaltada. Instintivamente apretó al niño en sus brazos, pero... ¡Con terrible angustia vio  que no tenía nada en su regazo! Miró entonces las chispeantes llamas del hogar  y un terrible grito de dolor se escapó de su garganta:
¡El niño era una antorcha viva! Trató de sacarlo del fuego pero era demasiado tarde. ¡Del primogénito de los condes sólo quedaba un montón de cenizas!
Llorando desesperadamente la nodriza entonces se hincó de rodillas en el suelo y murmuró una plegaria:
— ¡Virgen morena de Montserrat, ayudadme! Socorredme a mí y a este inocente niño que ha muerto hace unos instantes por mi descuido. Os prometo, ¡Oh dulce Virgen de la Montaña!, ir en romería hasta Montserrat y no olvidarme ni un solo día de rezaros el Santo Rosario. ¡Ayuda, Señora! ¡Favor!

Alegres volvían todos de la cacería; magnífica había sido la caza. pocas veces se habían cobrado tantas piezas. La condesa fue la primera en bajar del caballo. Corrió apresuradamente hacia su aposento gritando alegremente:
—¡Nodriza! ¡Nodriza! ¿Por qué no bajas a darme la bienvenida, como siempre, con mi hijito? ¿Duerme acaso?
—¡Oh , señora! — contestó la nodriza sollozando—. Señora.., el niño... el niño...
—¿Qué? — gritó angustiada la condesa.
En aquel momento un sollozo infantil interrumpió la conversación.
Acudió presurosa la condesa hacia la cuna... y vio a su hijito que, al reconocerla, le sonreía y le tendía los brazos.
Amorosamente la condesa lo cogió y, volviéndose sonriente, le dijo a la nodriza:
—Pero nodriza, ¿a que venían tantas lágrimas y titubeos? Por un momento he temido que algo muy malo le hubiera sucedido al niño, pero gracias a Dios, veo que no. Nodriza, ¿Por qué sollozas? ¿Por qué te hincas de rodillas? ¿Qué te ocurre?
La nodriza, entre sollozos, le contó entonces el milagro a la señora.
Tres días después dos mujeres subieron a la Santa Montaña y oraron fervorosamente ante la virgen Morena: eran la nodriza y la condesa que a partir de entonces ni un sólo día dejaron de rezar el rosario a la Virgen.

miércoles, 13 de enero de 2016

Recomendaciones De Libros...

El Psicoanalista
(John Katzenbach)
"Feliz 53 Cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy dispuesto a arruinar la suya. Al principio pensé que debería matarlo para ajustar las cuentas sencillamente. Pero me di cuenta de que eso era demasiado sencillo. Es un objetivo patéticamente fácil, doctor. Acecharlo y matarlo no habría supuesto ningún desafío. Y, dada la facilidad de ese asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfacción necesaria. He decidido que prefiero que se suicide."
Así reza el anónimo que recibe Frederick Starks, un psicoanalista con una larga carrera a sus espaldas y una vida cotidiana de lo más tranquila. Starks deberá emplear toda su astucia y rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de las amenazadoras misivas. De no ser así, pasado ese plazo de tiempo deberá elegir entres suicidarse y ser testigo de cómo conocidos van siendo asesinados por un psicópata que promete llevar hasta el fin el plan que ha ideado para vengarse.


Muy buen libro, me pareció excelente, la historia te atrapa desde el principio hasta el final, una historia única. - Lizette Ognibene.

viernes, 8 de enero de 2016

Las Astas Del Ciervo

(Fábula)
Dandy era un ciervo que había nacido con un extraño defecto. En vez de tener sus astas orientadas hacia arriba, las tenía vueltas hacia abajo. Ello le daba un aspecto divertido y siniestro.
Sus vecinos, al cruzarse con él, no perdían ocasión  de burlarse y reírse.
—¡Vaya, vaya, eso es falta de vitaminas, amigo! ¡Jajajajajaj!
— ¡Ya solo te falta caminar al revés!
Dandy, que al principio era un ciudadano bueno, bondadoso y tristón se fue volviendo huraño y maligno. Sentía su corazón arder de cólera y resentimiento.
"En vez de ayudarme en este trance y procurar no dar importancia a mi defecto, esos cretinos lo resaltan con el fin de hacerme sufrir  y divertirse a mi costa" — pensó Dandy, abatido y furioso.
Pasó el tiempo. Dandy, ya a punto de morir, respiraba fatigosamente, oculto en la espesura del bosque. Un pajarillo se le acercó y, Dandy, viendo en el mucha bondad y ternura, le contó su tragedia de principio a fin.
— Yo era bueno al principio, y quise seguir siéndolo, pero ellos no me dejaron. En una sociedad como ésta es casi imposible no ser un malvado y un resentido —confesó Dandy, antes de morir.
El pajarillo, impresionado con este relato, se propuso contar a todos la confesión que le había hecho Dandy, ya difunto. Naturalmente, muchos ciudadanos comprendieron que ellos habían sido los causantes de la desgracia que acabó con el pobre Dandy. Desde entonces, arrepentidos de veras, procuraron no reírse de los defectos de los demás.

martes, 5 de enero de 2016

El Carro Rojo

#Leyenda
Cuenta la leyenda que generalmente en la carretera que va del Distrito Federal a Cuernavaca, se puede presenciar el avistamiento de un carro rojo, en el cual se encuentran un grupo de mujeres espectaculares, muy hermosas, que traen la fiesta consigo, gritando de alegría, sonriendo y bailando. Circulan a gran velocidad, algunos cuentan que son solo dos, pero hay quienes han dicho haber visto tres de estas esculturales mujeres y otros que tuvieron la “suerte” de poder contemplar a cinco de ellas.
Solo los varones pueden toparse con este carro rojo y las hermosas mujeres a bordo le gritan su alegría, despertando tentaciones, haciéndoles propuestas difíciles de rechazar, cuando el hombre está perdido en sus encantos, lo invitan a subir de todas las maneras posibles, con gestos y palabras, distrayéndolo entre sus platicas y coqueteos esperan el momento de encontrar algún lugar en al camino donde no puedan ser observadas, le hacen un último ofrecimiento, haciéndole notar que se perderá de mucho si no sube, la mayoría accede.
Poco tiempo después se encuentra algún cuerpo, sin vida, al costado de la carretera, con señales de haber sido objeto de algún tipo de ritual, incluyendo la tortura, con símbolos marcados a lo largo de la piel de la víctima, inconfundibles marcas de cultos olvidados o de ceremonias, como si hubiese tenido el mismo destino que aquellos animales sacrificados en los aquelarres en tiempos de antaño.
Hay quienes aseguran que el color escarlata que recubre al carro se debe a estos hombres que cayeron en la tentación, ya que está fabricado con su sangre.

Pero con el tiempo el carro rojo ha sido visto de forma menos constante sitios de México muy alejados entre sí. Así que presten especial atención cuando reciban alguna invitación parecida.

lunes, 16 de noviembre de 2015

El Jinete Sin Cabeza

(La Rumorosa Y Los Aparecidos)(Adaptación de Rubén Fischer)(Leyendas Mexicanas)
Un señor ya viejo que se llamaba Carmelo, tenía una parcela en el valle de Mexicali donde sembraba, según la temporada, algodón o trigo; lo cuidaba mucho y tenía la costumbre de regarla en la madrugada, porque a esa hora las matas aprovechaban más el agua. Un día como a eso de las cuatro de la mañana, escuchó muy cerca el trote de un caballo, se le hizo muy extraño que alguien anduviera por ahí, pre con todo y eso, dijo con amabilidad:
— ¡Buenos días!
Como no le contestaron volteó y cuál fue su sorpresa pues no había nadie, aunque el Canelo, su perro, no paraba de ladrar. Nunca creyó en cosas de espantos y, sin embargo, esta vez le ganó el miedo. Trató de calmarse y se fue para su casa, todo el día se la pasó inquieto; a la hora de la comida le platicó a su mujer lo que había ocurrido, pero ella no le creyó.
Pasaron lo días y nada extraño sucedió en la parcela, pero un lunes muy temprano el señor salió acompañado de Canelo y cuando subió a su troca se dio cuenta de que había olvidado su lonche, al regresar a su casa, un caballo desbocado que corría sin freno hizo que se parara en seco, pues el animal andaba sin tocar el piso y se dirigía justo hacia él, casi lo tenía encima ¡Cuando desapareció!
El señor tragó saliva y no se movió durante un buen rato, todavía tembloroso entro a su casa, donde se quedó medio dormido; a medio día su señora lo despertó.
— Carmelo, levántate a comer, ¿qué tienes? Estás Pálido.
— Es que me pasó una cosa bien fea y ya no pude ir a la parcela — dijo el señor y le contó lo del caballo aparecido.
 Al escuchar a su marido, la señora se persignó y al ver que se dirigía hacia afuera le dijo:
—¡No vayas a la milpa, te puede suceder algo malo!
El señor no le hizo caso, se subió a la troca y se fue. Al llegar dio unos pasos y se paró bajo un frondoso árbol. Subían a lo lejos los últimos rayos de sol, cuando a sus espaldas escuchó las pisadas de un animal que se acercaba, al voltear, descubrió a un enorme caballo blanco frente a él, lo montaba un jinete vestido de charro, quien dejó al viejo paralizado del terror, pues su cuerpo terminaba en los hombros: ¡No tenía cabeza!
—¿Quién eres? — preguntó armándose de valor — ¿Para qué me quieres?
No hubo respuesta alguna. El señor empezó a sudar, quería moverse y no podía, ver al jinete sin cabeza lo había paralizado. Entre las ramas del árbol sólo se escuchaba el sonido del viento. En eso, se escuchó una voz que venían de quién sabe dónde, parecía que salía de la tierra porque era hueca y tenebrosa:
— Soy Joaquín Murrieta, seguro que has oído hablar de mí; vengo a confiarte un secreto.
 — ¿Qué es lo que quieres? — dijo el señor en voz alta.
— Escucha con atención lo que voy a decirte: en esta parcela enterré un magnifico tesoro y quiero dártelo con una condición.
—¿Cuál? — preguntó Carmelo.
—Sólo tú puedes desenterrarlo, nadie, absolutamente nadie más debe hacerlo, porque aquél que lo haga, caerá muerto como lluvia del cielo y tú junto a él.
La voz se fue apagando, en un abrir y cerrar de ojos el descabezado desapareció con todo y caballo. El señor quedó sorprendido, después de un rato se subió a su troca y se dirigió al pueblo. Cuando llegó era tanta su emoción, que a todos los que veía les platicaba su aventura y su buena suerte. Reunió las herramientas que necesitaba y regresó a la parcela, pero no volvió solo, lo acompañaba un grupo de hombres.
A Carmelo no le importó que destruyeran su sembradío, ya que por todos lados hacían hoyos con picos y palas; al cabo de unas horas, uno de ellos gritó  que había dado con algo. Se fueron a ese lado del terreno y escarbaron con los rostros lleno de felicidad. Encontraron costales hartos de monedas, cadenas, anillos y otros objetos de oro y plata. Brincaban haciendo bulla, pero eso no duró mucho: un jinete sin cabeza en un gran caballo apareció entre ellos. 
Carmelo se acordó entonces de la advertencia de Joaquín Murrieta, sin embargo ya era demasiado tarde. El jinete sin cabeza dio una orden a su caballo, éste pateó la tierra y el tesoro empezó a hundirse jalando a todos los que estaban ahí entre gritos de horror y desesperación.
Carmelo suplicó que no lo hiciera, que lo castigará a él y no a aquellos inocentes, pero fue inútil: en unos segundos no quedaba nadie, sólo Carmelo y el jinete, que desapareció sin decir nada.
Carmelo regresó a su casa, no dijo nada a su esposa, se sentó en la entrada y no se movió más. Pasaron los días, el viejo no volvió a comer y se fue secando, secando hasta que murió. 
Nadie más supo de lo ocurrido. Se dice que Joaquín Murrieta sigue cabalgando por aquellas tierras buscando a quien darle su tesoro.

sábado, 31 de octubre de 2015

El Cuchillo Delator

(Leyenda Española)
Llovía a mares. Un viento huracanado se filtraba a través de los postigos de las ventanas de la posada amenazando con abrirlas de par en par de un momento a otro.
Pocos serían los viajeros que andarían por los caminos aquella noche con semejante tiempo. Esto era precisamente lo que estaba diciendo el ventero en aquel momento mientras miraba con malhumor las mesas vacías y el fuego semiapagado del hogar. Mal negocio era aquel, pues por aquellos parajes pocos eran los viajeros que solicitaban albergues. Aquellas tormentas eran capaces de alejar de alejar  de aquellos contornos hasta el mismísimo diablo. Mientras el hostelero pensaba en tales cosas, de repente, oyó unos fuertes aldabonazos en la puerta. Rápidamente fue a abrir y se encontró ante un caballero montado en un brisco corcel y totalmente empapado de agua.
– Bienvenido, señor –dijo el hostelero con cara alegre.
El caballero parecía un hombre acaudalado y el posadero siempre se mostraba amable con tales huéspedes.  
–Bien hallado, buen hombre. Déjame entrar enseguida. Quiero acercarme al fuego para secar mis ropas empapadas. Entre tanto, lleva mi caballo a la cuadra, sécalo y dale un buen pienso. El pobre bien lo merece porque traerme sano y salvo hasta aquí en un día como hoy es una auténtica proeza.
–Cierto, señor. Las tormentas de esta región son algo verdaderamente impresionante.
Tras decir aquello, el hostelero ayudó a descabalgar al desconocido. Luego cogiendo el caballo por la brida se apresuró a llevarlo a la cuadra.
El caballero permaneció un buen rato calentándose junto al fuego. Para estar más cómodo depositó dos bolsas que llevaba, al parecer repletas de doblones, en el banco y acercó sus manos a las crepitantes llamas con aire de satisfacción. Al cabo de un rato entró el posadero. Tan pronto como abrió la puerta sus ojos se clavaron en aquellas dos bolsas de cuero que el caballero tenía a su lado, sobre el banco. Por el tamaño y por lo llenas que estaban, el ventero pensó que había allí dinero suficiente para comprar cincuenta ventas como la suya, por lo menos. Sin decir nada, el posadero empezó a servir la cena. El caballero comía con buen apetito y se notaba que estaba de buen humor. El hostelero con muy buenas palabras empezó a darle conversación y se dio tal maña que al cabo de media hora  ya sabía  que se trataba de un hombre muy acaudalado que iba a comprar ciertos terrenos en una villa próxima. Hablando dieron las doce de la noche. El viajero decidió ir a acostarse. El posadero se apresuró a guiarle hasta su habitación.
Mientras acababa de arreglar el comedor el hombre empezó a sentirse tentado por una irresistible codicia.  Aquellas dos bolsas de dinero solucionarían su vida. Jamás tendría que preocuparse del sustento si  lograba apoderarse de ellas. Mil veces aquel siniestro pensamiento cruzó su mente.  Con cautelosos pasos empezó a subir la escalera, se acercó a la puerta de la habitación del huésped, prestó oído atento y no percibió ningún sonido.
Al pie de la cama, sobre un escabel, había dos bolsas de cuero. Los ojos del posadero relampaguearon de codicia. Muy despacio introdujo una ganzúa en la puerta y lentamente le hizo dar la vuelta hasta que ésta se abrió. Procurando andar siempre pegado a la pared se acercó a la cama para coger las dos bolsas de cuero. Pero en aquel momento el caballero abrió los ojos. Entonces el posadero ciego de rabia al verse descubierto, sacó su cuchillo de caza y rápido como el rayo lo hundió en el pecho del caballero que murió al instante. Inmediatamente escondió las bolsas de cuero en la alacena, cogió el cadáver, lo metió dentro de un saco y andando bajo la lluvia lo llevó hasta el lago de Taravilla. Una vez allí, echó el saco al fondo del lago y se dijo que ya podía dormir tranquilo, pues en una noche como aquella nadie le habría visto salir de casa de nadie tampoco habría visto entrar al caballero a la posada..
Con sonrisa diabólica el posadero no cesaba de repetirse hasta aquel momento que todo salía a pedir de boca. A grandes pasos se dirigió otra vez a la venta, entró, cerró la puerta con llave, contó el dinero  y lleno de satisfacción comprobó que aún era más de lo que se había imaginado. Inmediatamente se fue a acostar, pero aún no había empezado a desnudarse cuando de repente profirió una horrible maldición. Acababa de acordarse de que se le había olvidado sacar el cuchillo, lo había dejado clavado en el cuerpo del muerto y lo peor es que en el cuchillo estaban grabadas sus iniciales. Si se descubría el cadáver estaba perdido. Sin embargo, pronto se tranquilizó a sí mismo diciéndose que nadie iba a entrar jamás  aquel cadáver. ¿Quién sería capaz de ir a buscarlo al fondo del lago de Taravilla?
Tranquilizado con este pensamiento, se durmió. Al amanecer, cuando las primeras luces del día rasgaron las tinieblas de la noche, el hostelero se levantó sobresaltado. Toda la casa temblaba con rítmicas sacudidas que cada vez se iban haciendo más fuertes.
Aterrorizado salió a la calle y se dirigió hacia el pueblo para ver que pasaba. Pronto se encontró unas cuantas mujeres que huían despavoridas, lanzando terribles gritos. A la primera que puedo para le preguntó:
–¿Qué ocurre? Dime
– No lo sé, nadie lo sabe. Hace cosa de media hora ha empezado a temblar. Se han desmoronado algunas casas y toda la gente del pueblo ha huido. Algo muy grave debe de estar ocurriendo en la Muela de Utiel.
El temblor iba creciendo por momentos. Los árboles caían derrumbados como fulminados por un rayo, las madres corrían con sus pequeños en brazos, las viejas rezaban y los hombres intentaban ponerse a salvo y a los que quedaban enterrados bajo el techo de sus propias casas. El espectáculo era lastimoso, pero el hostelero no podía olvidarse del dinero. La codicia podía más que él y en lugar de ayudar a sus vecinos, temiendo que su dinero quedara sepultado entre las ruinas, echó a correr con todas sus fuerzas, entró en la venta cuyas paredes amenazaban con desplomarse, se dirigió a la cocina como un rayo, abrió la alacena y sacó las dos bolsas de cuero, las escondió bajo su jubón y a toda prisa salió de nuevo a la calle. Los temblores de tierra eran ya menos fuertes. Poco a poco renacía la calma. En aquel momento llegó un pastor jadeante. En cuanto pudo hablar, dijo casi sin aliento:
– Hermanos, acabo de ver un milagro, verdaderamente milagro. Venid todos conmigo, hermanos, hasta la Muela de Utiel y veréis lo que allí ha ocurrido.
Todos siguieron al pastor y cuando llegaron a aquel paraje se quedaron mudos de asombro. La Muela de Utiel se había abierto y las aguas del lago de Taravilla se habían precipitado en sus entrañas dejando al descubierto un saco. Los lugareños contemplaron atónitos el prodigio, encontraron el saco y encontraron el cadáver del caballero con el cuchillo del ventero aún clavado en el pecho.
Todos se dieron cuenta entonces del crimen del hostelero. Este, que en aquel momento acababa de llegar lívido de espanto. Aterrorizado se hincó de rodillas y confesó su crimen públicamente entregándose él mismo a la justicia.