domingo, 27 de julio de 2014

El Trailero De La Carretera


El Trailero De La Carretera
(adaptación de Rubén Fisher)
(Libro: La Rumorosa y los aparecidos)
Hace mucho tiempo, sobre la carretera de la rumorosa, un trailero manejaba a toda velocidad rumbo a Mexicali, pues su esposa estaba a punto de dar a luz y quería llegar rápido a su casa, ya que llevaba dinero para lo que se ofreciera, mas cuando iba a tomar una peligrosa curva perdió el control y se estrelló contra unas rocas.
El chofer se bajó del trailer todo aturdido, se miró el cuerpo y se alegró al darse cuenta que no le había pasado nada. Entonces esperó a que pasara alguien para que le ayudara o lo llevara a la ciudad, pero durante mucho tiempo nadie cruzó aquellos cerros. El hombre se quedó dormido y cuando despertó se sorprendió al ver todo oscuro; no entendía qué pasaba así que decidió caminar, caminó y caminó, avanzó una buena distancia, sabía que la salida de la rumorosa estaba cerca y sin embargo, cuando se dio cuenta se encontró en el mismo lugar del accidente...
A los tres días hallaron el camión pero no al conductor; de él no se supo nada. hasta que en una ocasión, años más tarde, un muchacho  se detuvo porque un hombre le hizo señas.
—Amigo, me llamo Francisco Vázquez y necesito con urgencia que mi mujer reciba un dinero porque va a tener un niño. Yo no puedo ir, mi trailer se descompuso y no lo puedo dejar aquí.
—Sí, señor, con gusto se lo llevaré —contestó el muchacho— sólo dígame dónde vive su señora.
El hombre le entregó un papel en el que anotó la dirección y el nombre de su esposa. Al despedirse, el joven sintió que un escalofrío le recorría la espalda, pues al darle la mano, el señor estaban tan frío como un muerto. El muchacho no le dio importancia, subió a su trailer y se encaminó a la ciudad de Mexicali.
Al día siguiente, fue a buscar a la señora pero no la encontró; alguien le dijo que ya no vivía ahí, que hacía tiempo se había cambiado. Sin darse por vencido, preguntó en varios lugares hasta que, por las señas del papel, una anciana le indicó dónde vivía. Al llegar dio unos golpes en la puerta y esperó a que le abrieran.
—¿Dígame joven? —le preguntó la señora.
—Perdone, ¿aquí vive la esposa del señor Francisco Vázquez?
—Soy yo —contestó ella— ¿qué se le ofrece?
—Ayer en la carretera, su esposo me pidió que le trajera este dinero, porque se le descompuso el trailer...
—¡No puede ser! —lo interrumpió la señora tapándose la boca—. Mi marido murió hace cinco años.
Al muchacho le temblaron las piernas, le dejó el dinero a la señora, que se puso a llorar, y se fue para su casa todo asustado. Cuando llegó, apenas había cerrado la puerta cuando descubrió frente a él al trailero de la carretera y brincó espantado; sentía que una fuerza extraña lo invadía.
—¡Gracias, amigo! —le dijo el muerto con voz cavernosa, mientras desaparecía.

El joven podía escuchar los latidos de su corazón y tardó un buen rato en recuperarse de la impresión. Tiempo después, al platicar con unos amigos, se enteró de que el trailero ya se les había aparecido a otros hombres, mismos que no habían cumplido el encargo del muerto, por eso se les fue secando el cuerpo hasta quedar como esqueletos.




viernes, 25 de julio de 2014

Asesino

Asesino
Por: Pilar Obón
Revista: Big Bang

Ricardo mi hermano mayor, y yo, veníamos en el auto de regreso de una ciudad cercana, a donde habíamos ido a visitar a unos primos.
-¿Me dejas manejar? – le dije.
-Claro que no, apenas tienes 8 años – fue la respuesta.
-Y tú muy grande, ¿no?
-Te llevo 10 años, así que tengo 18, y ya me dieron mi licencia. Además esta carretera es un poco peligrosa.
-Tú te viniste por aquí en vez de tomar la autopista – le reproché – según tú era más rápido.
-Me equivoqué – acepto mi hermano – la verdad es que nunca me había venido por aquí.
Pronto anochecería, y las sombras comenzaban a descender sobre la solitaria carretera. Por lo menos no llovería, el cielo estaba claro. De pronto Ricardo se orilló a la cuneta en una  recta y detuvo el auto.
-¿y ahora? – pregunté.
-Tomé mucho refresco en la casa de mis primos – explicó- tengo que ir a… bueno, ahora vengo. Note bajes del coche, y sobre todo, no lo enciendas.
Le hice una mueca, él se bajó después de prender las luces intermitentes y se alejó descendiendo por una pequeña loma, hacia unos arbustos.
Entonces escuché un grito, seguido de una exclamación de dolor, que me puso los cabellos de punta y la piel de gallina…
Asomé la cabeza por la ventanilla y llamé:
-¿Ricardo?
Nadie contestó, pero había oído gritar, estaba seguro, así que me baje del auto y caminé hacia donde creí que provenía el grito. Me resbalé por la pendiente y me caí al suelo. Miré hacia el suelo y vi unas botas negras, muy sucias, manchadas  y con un líquido rojo y espeso. Ricardo no traía botas, traía tenis, levanté un poco la vista… pantalones negros y una capa del mismo color; era un hombre alto, robusto y fuerte. La capa terminaba anudada en el cuello, y sobre su espalda caía una capucha, no tenía cabeza y con sus manos enguantadas sostenía un hacha filosa y llena de sangre. Ese tipo o lo que fuera había matado a mi hermano y ahora venía por mí. Alzó el hacha sobre su hombro y yo grité con todas mis fuerzas, mientras me ponía de pie y salía corriendo de ahí.
El asesino me persiguió, entré en una parte boscosa, ocultándome entre los árboles. De pronto nada. Sólo escuchaba mi propia respiración agitada, mis ojos estaban llenos de lágrimas de terror. Me arriesgué a asomarme desde atrás de un tronco, el hacha llena de sangre cayo de golpe y cercenó de un solo golpe una rama gruesa que estaba a centímetros de mi cabeza, escape corriendo  a todo lo que daban mis piernas, con el asesino pisándome los talones. El hacha caía una y otra vez, cortando las ramas por donde yo pasaba. Entonces tropecé con una piedra en el suelo y caí, me puse de pie lo más rápido que pude, pero el asesino ya estaba frente a mí. Ese ser horrible sin cabeza blandió su hacha una vez más, y justo cuando descargaba su golpe fatal que me hubiera partido en dos, alguien me jaló por detrás, y escuché la voz de mi hermano que me decía:
-¡Corre!
No sé cómo rayos llegamos al auto perseguidos por el asesino y su hacha letal. Entramos y nos encerramos en el auto, era noche cerrada.
-¿Qué pasó?- pregunté, mientras Ricardo trataba nerviosamente de atinar a meter la llave en la marcha.
-Me caí en una zanja y grité – contestó- después escuché tu grito y me levanté. Pude ver que es tipo te seguía y…
-Ricardo, no tiene cabeza. Y ya mató a alguien, el hacha tiene sangre y…
Mi hermano arrancó por fin el auto y salimos rechinando las llantas en la carretera. Unos metros más adelante, el hombre sin cabeza surgió frente a nosotros, con el hacha levantada, esperándonos. Las luces de los faros lo iluminaron. Parecía un espectro que hubiese escapado del infierno.
-Sujétate –previno Ricardo – es lo único que podemos hacer.
Lanzó el auto sobre el asesino. Pasamos a través de él, como si hubiese sido un fantasma Miré hacia atrás, la carretera estaba desierta, nos miramos, estábamos vivos de milagro.

Desde ese día, mi hermano y yo somos los mejores amigos, pero nunca jamás volvimos a pasar por ese lugar, donde un asesino espera con su hacha ensangrentada.

La bruja del lago

La bruja del lago

Por: Pilar Obón
Revista: Big Bang

Era un tranquilo espejo de agua, rodeado por grandes árboles cuyas gruesas raíces se hundían en el fondo de aquel lago que brillaba con la luz dorada de la tarde. Se veía verdaderamente bonito. Nadie hubiera pensado que ocultaba una historia fuera de lo normal.
A poca distancia había un pueblito que parecía bostezar en la falda de la montaña.  Mi amigo Santiago es de ahí, y ese fin de semana me había invitado a conocerlo. Estábamos sentados a la orilla del lago, contemplando las pequeñas olas que lamían una pequeña playa, y él me conto la leyenda del lago.
-Dicen que hace muchos años, pero muchos, llegó al pueblo una mujer muy flaca y de cabellos largos y vestida con una larga túnica. Tenía los ojos casi transparentes y una sonrisa escalofriante. A nadie le gustaba la nueva habitante del pueblo, y menos cuando, desde que llegó empezaron a ocurrir cosa horribles.-Santiago se detuvo un instante y luego prosiguió- Primero, se murieron todos los animales, luego hubo una sequía espantosa y las cosechas no se dieron, así que hubo mucha hambre en mi pueblo. Pero después llegaron  los aguaceros y todo se inundó, porque una ola de agua negra recorrió el pueblo, tragándose todo lo que se encontraba a su paso; mucha gente murió entonces. A la única que no le paso nada fue a la mujer de los ojos raros, Entonces, la gente dijo que era bruja.
-¿Y si lo era?- Pregunté.
-Parece que sí, porque un día la gente la vio caminar hacia el lago y entrar en él. Al llegar al centro comenzó a hundirse, pero nadie pudo ayudarla, así que se ahogó; ahora viene lo más horrible, nadie nunca encontró su cadáver. Algunos dicen que a veces, por las noches, la bruja sale del lago y maldice al pueblo. Dicen que se ve horrible, toda hinchada por el agua que tragó y llena de lodo. Desde entonces nadie se mete a nadar al lago. Yo no lo haría por nada del mundo.
-Pues yo si lo haré- Dije mientras me quitaba la camisa y me quedaba en shorts – no creo en leyendas.
Santiago me pidió que no lo hiciera, pero yo me metí. El agua estaba fresca y como se nadar muy bien, pronto llegué al centro del lago…
Una mano helada me agarró por el tobillo y me jaló bruscamente hacia abajo. En ese lugar el lago era muy profundo. Comencé a luchar, pero esa mano no me soltaba. De pronto me tomó de los hombros y me volteó. Quedé frente a frente  con la cosa más espeluznante que he visto en mi vida: era una mujer con la cara y el cuerpo tremendamente hinchados y medio morados. Estaba llena de raíces y hierbas del fondo del lago y su largo pelo flotaba alrededor. Sus ojos casi transparentes como los de un tiburón, me miraron con maldad, y una horrible sonrisa desfiguró a un más su cara de muerta. La bruja del lago me sacudió por los hombros, ya estaba aterrorizado, me mataría  y yo me quedaría con ella en el fondo oscuro…
Dos brazos me jalaron por la espalda y la bruja miró por encima de mi hombro. Abrió la boca la cual estaba llena de llagas y sus ojos se llenaron de odio. Volteé y vi que era Santiago que trataba de salvarme.
Eso me dio nuevos ánimos. Entre los dos pateando y jaloneando, logramos zafarnos del espectro y nadamos hacia la superficie.
No tengo ni la más remota idea de cómo llegamos  a la orilla y quedamos tirados en la pequeña playa.
-¿Por qué no nos persiguió? – le pregunté sin aliento.
-Quien sabe – respondió. – Pero ahora sé que la bruja del lago no es ninguna leyenda.

Nunca supe porque nos dejó ir, pero a veces pienso que fue porque, cuando Santiago vio que me hundía, venció su miedo y se lanzó al lago maldito, arriesgando su vida para salvarme. Y contra eso, ninguna bruja del mundo puede hacer nada.

viernes, 18 de julio de 2014

El Pasajero

El Pasajero
Por Pilar Obón
Revista Big Bang
A mi mamá le encantan los cementerios. Dice que son lugares muy pacíficos y bonitos, porque ahí todo el mundo está descansando. Pero a mí me chocan, me dan miedo, hay muchos muertos ahí. Hace poco la acompañe a visitar a una tía que vive en un pequeño pueblo no lejos de la cuidad. Estuvimos unas horas con ella y, después de comer, emprendimos el regreso a casa. Pero antes de salir, mi tía  advirtió a mi mamá:
-Laura, no se te ocurra ir a visitar el panteón.
-¿Por qué no? – Dijo mi mamá – pensaba hacerlo, hay uno precioso aquí.
-Porque es peligroso – contesto mi tía - ¡que manía  la tuya de visitar esos lugares! ¿Qué no sabes que se te puede subir un muerto al auto?
Mi mamá se murió de risa.
-¡Hay, claro que no! ¿Cómo crees Clarisa? ¿De dónde sacas esas ideas?
-Es cierto. Las llevará por un camino desconocido hacia el Reino De Las Sombras, y nadie NUNCA las volverá a ver.
-¡Clarisa por favor!
- Yo sólo te pido que no lo hagas. En ese cementerio han pasado cosas raras, no es como los demás.
Y en verdad no lo era. Hasta yo tuve que admitir que era muy vinito cuando pasamos por ahí. Estaba como acostado sobre una pequeña loma verde, y había  muchos árboles. Sus tumbas muy blancas, estaban adornadas con flores, y algunas parecían ser muy, muy viejas…
-Todavía es temprano – dijo mamá, deteniendo el auto – vamos  a dar un paseo entre las tumbas.
- Yo… yo te espero aquí- dije.
Mamá asintió y salió. La vi alejarse por entre las tumbas, y yo me quedé en el coche. Hacía mucho calor, así que abrí la puerta para que entrara la brisa fresca que soplaba entre los árboles. “El viento está jugando” pensé. Pero de pronto el airecito dejó de soplar  y la temperatura descendió. Todo se quedó muy quieto  y yo sentí un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Mi estómago se encogió. Tenía miedo.
-Mamá – grité- ¡Ya vámonos! - Ella venía ya, muy feliz.
-Hace frío, ¿No?- comentó, mientras se subía ante el volante.- Cierra la puerta y vámonos Lucy.
Condujo en silencio. Yo iba mirando por la ventana cuando de repente sentí que alguien más estaba con nosotros. Volteé hacia el asiento de atrás y no vi nada, pero la sensación estaba ahí. Estuve a punto de decírselo  mamá pero ella hablo primero:
-¡Qué raro! Este no es el camino de regreso.
Mire al frente y vi que en efecto ese no era el camino  era diferente y era una calle  en la que no habíamos estado antes.
Escuché, desde el asiento de atrás, una pequeña risa, seca y muy ronca, percibí un feo y horrible olor a podrido a carne descompuesta. Mamá también sintió eso porque miro por el espejo retrovisor. Frenó bruscamente y abrió la puerta de su lado mientras ordenaba:
-Lucy ¡Bájate!
-¿Por qué?- pregunte
-¡Bájate! – había pánico en su voz.
Yo que ya estaba asustada, no dije palabra y descendí del auto. Mamá me abrazó por los hombros y dijo, señalando hacia el coche:
-Lucy, tu tía tenía razón. En el cementerio se nos subió un muerto… -terminó la frase con un chillido.
Miré hacia el asiento trasero, poco a poco comenzó a distinguirse la silueta de alguien que estaba sentado ahí. La figura se formó por completo y vi que era horrible, tenía la piel verdosa y estaba casi en los huesos, su cabeza tenía solo unos cuantos cabellos y sus ojos eran muy negros, con grandes ojeras; sus labios completamente blancos y la piel ya estaba agusanándose.
Reía con esa risa como de graznido, que llego fuerte hasta nosotros. Juntamos nuestras manos temblorosas y pedimos que el muerto se fuera. Unos minutos después todo se puso negro, no vi nada más y nos desmayamos. Despertamos dentro del auto, junto al cementerio…
-¿Qué pasó? – pregunté
-No lo sé – respondió mamá – el muerto volvió al cementerio, vámonos de aquí.
Esta vez, el camino nos llevó directamente a casa. Algunas semanas después vendimos el auto, por más que lo lavamos nunca pudimos quitar el horrible olor a podrido que dejó el muerto. A mi madre ya no le gustan los cementerios.



Grandes lectores, tuve un problemilla con mi otra cuenta y pues en la que en realidad voy a publicar va a ser en esta :D