sábado, 27 de diciembre de 2014

Mi Bisabuela Ana Enfrenta A Los Demonios

Mi Bisabuela Ana Enfrenta A Los Demonios
(Cuentos con fantasmas y demonios)(Ana María Shua)

Mi bisabuela Ana, ojalá descanse en paz, era una comadrona; atendía a las mujeres embarazadas y las ayudaba en sus partos. Hacía su trabajo porque le gustaba y quería ayudar a la gente, sin cobrar y sin aceptar ningún regalo. Estaba segura que su pago se estaba depositando  en un cofre grande y muy seguro en el Cielo. Como en esa época no había doctores y parteras recibidas en la aldea de Marruecos donde vivía, mi bisabuela  siempre estaba cargada de trabajo.
Las mujeres la querían mucho porque era muy tranquila y sabía darles ánimo sin quitarles la importancia a los dolores. Me contaba mi abuela que su madre, Ana, era una señora robusta, de  brazos gruesos y muy fuertes,vestida con ropa de colores alegres, siempre lista para ir adonde la llamaran. "Dadme gordura y os daré hermosura", solía decir. Y así era ella.
Buena parte de los bebés tienen la mala costumbre de nacer a mitad de la noche. Así, una noche cálida y agradable, pero oscura, mi bisabuela, que ya para entonces era una mujer mayor, volvía a casa después de haber ayudado en un parto difícil. No había luna. Ella iba alumbrando el camino con una vela. De pronto una ráfaga de viento apagó la llama y no pudo ver donde caminaba.
Dicen que Ana no se asustaba fácil. Pero cuando sintió que algo extraño, cálido y peludo rozaba sus piernas, tuvo un sobresalto. Mirando hacia abajo vio, en la oscuridad, el brillo de dos grandes ojos verdes que se alzaban hacia ella. Era un gato. Todos los gatos tienen, de noche, los ojos brillantes. Pero estos particularmente brillaban tanto que servían para alumbrar el camino. Lo más raro era que el gato caminaba hacia atrás, como guiándola. Así llegaron hasta la casa.
Allí mi bisabuela prendió un candelabro y a la luz de las velas vio que el gato en realidad era una gata embarazada. Le dio un poco de carne molida, que la gata devoró. Y mientras la miraba comer, pensó Ana: "Ojalá pudiera ayudarte con tu parto como me ayudaste a mí, linda gatita".
Pasaron los días y una noche de oscuridad y tormenta mi bisabuela se despertó con el sonido de pasos. Se escuchó un arañar en la puerta, Ana se levantó y se vistió rápidamente y abrió. En el umbral estaba parado un hombre que parecía agotado, mojado por la lluvia y por el sudar al mismo tiempo, como si hubiera corrido mucho.
El hombre habló rápidamente:
–Señora, venga conmigo, puede ganar mucho dinero. Mi esposa está a punto de parir, está sufriendo y no tiene a nadie que le ayude.
Ana escuchó la petición con alegría inmensa, disfrutando por adelantado. ¡Poder ayudar en un parto a esta hora de la madrugada, en mitad de una horrible tormenta, era simplemente maravilloso! Algo así como cumplir seiscientas veces trece buenas acciones que mandan las escrituras, todas de una buena vez.
El pueblo era chico. Mi bisabuela siguió al hombre por la calle principal. Lo único raro,lo único que no podía entender, era la razón por la cual  no se escuchaban sus pasos. El hombre se movía tan silenciosamente como si caminara sobre zarpas acolchonadas.
De pronto se dió cuenta de que habías dejado atrás la última casa del pueblo y ahora estaban caminando a campo abierto. La pobre Ana empezó a temblar de terror, porque sabía que allí no vivía nadie que pudiera llamarse humano. Se dió cuenta de que estaba siendo guiada por un demonio.
"Dios ten piedad de mí" murmuro para sí misma. Pero no se atrevió a pronunciar ni una sola palabra en voz alta. Pronto llegaron a un puente en que cada piedra se quejaba con voz humana cada vez que la pisaban. Después entraron en una enorme caverna oscura y se escuchó una voz de un hombre que decía:
–Entre abuela, es por aquí.
Ana estaba aterrada. Dentro de la cueva había diablos y diablesas con cuernos en la cabeza. Cantaban y maullaban como gatos.
"En que agradable compañía me encuentro" pensó Ana. Pero por supuesto, no dijo nada. Un demonio de cuernos largos se la llevó aparte y le dijo en voz baja.
– Si el recién nacido es un varón, podrás tener todo lo que quieras, pero Dios no quiera que sea una mujer. ¡Lo lamentaría por tí!
Pálida de miedo, mi bisabuela no contesto ni una palabra. La hicieron pasar a un cuarto retirado y ¿A quién creen que vió?
Allí estaba acostada la gata que la había visitado unos días atrás. Sólo que ahora solamente tenía la cabeza de gata, con el tamaño y el cuerpo de una mujer. La gata abrió la puerta y susurró:
–Abuela querida: no coma ni beba nada de este lugar, o será convertida en demonio hembra y jamás podrá volver a salir.
Cuando llego el momento del nacimiento, Ana se arremangó y se puso a trabajar.
Los gatos normalmente tienen 3 o 4 gatitos  de una vez. Pero por supuesto, en esa situación nada era normal. Nació un solo gato macho que inmediatamente se convirtió en un bebé de aspecto humano: un hermoso hombrecito. ¡Con qué regocijo fue recibida la noticia en la caverna! ¡Los gritos de alegría llegaban hasta el Cielo! Entonces comenzó el banquete.
Mi bisabuela tuvo muy en cuenta el consejo de la gata y no probó nada durante toda la noche, mientras estuvo en la cueva, aunque le ofrecieron los mejores y más deliciosos alimentos y bebidas. Sirvieron empanadas de carne abiertas, lajmayines, que olían a cielos y a piñones fritos; había quibes de masa crocante y bollos hechos de masa fila tan fina que se podía ver a través de ellos, un hojaldre que, evidentemente, no había sido amasado por torpes manos humanas.
Los demonios trataron de tentarla con dulcísimos mamules y balauas, dulces de nueces, de almendras y de pistaches, embebidos en un almíbar perfumado con el agua de azahar más exquisita que mi abuela jamás hubiera probado. Le ofrecieron de beber desde leche agria hasta deliciosos vinos, pero cuando ella explicó que ella estaba ayunando por el perdón de sus pecados, la dejaron en paz.
Sin embargo, hacía mucho calor en la caverna, la bisabuela había trabajado duramente y tenía sed. "No puede haber ningún mal en que tome sólo un poquito de agua", pensó. Se sirvió agua en un vaso rojo tallado en un inmenso rubí, se lo llevo a los labios.. y un empujó la obligo a soltarlo, derramando su contenido. Era la gata, que se había acercado con su bebé en brazos hasta la mesa del banquete. Después de eso, Ana soportó la sed sin quejarse.
En ese momento el recién nacido se echó a llorar. Tenía un llanto agudo y molesto. Su madre no encontraba el modo de hacerlo callar. (Era su primer hijo y la madre gata estaba un poco nerviosa y asustada). Los parientes  empezaron a quejarse. ¿Qué clase de fiesta era esa con un bebé llorando todo el tiempo? Uno de los demonios se paró y habló:
 Cada vez que nace un bebé de los nuestros, un poco antes, un bebé de la humano nace exactamente igual. Seguro que el bebé humano es más tranquilo que este pequeño demonio. ¡Propongo que lo cambiemos y nos libremos de él!
La madre diablesa no estaba muy segura de querer cambiar a su bebé, pero entre todos la convencieron de que el otro sería exactamente igual, sólo que más tranquilo.
 El diablo que había traído la propuesta tomó en sus brazos al pequeño  demonio y en un instante estuvo de vuelta con el otro bebé, que solamente se diferenciaba en la ropa que traía puesta.
Cuando llegó el bebé humano que, en efecto, dormía plácidamente, Bisabuela Ana vio, con horror, que era el hijo de una vecina al que ellla misma había ayudado a nacer el día anterior.
Enseguida pidió permiso para hacerse cargo de él.
 –Esa no es ropa apropiada para un hijo de príncipes – dijo –. Déjenme ayudar a la madre a cambiarlo.
Y mientras ayudaba a la inexperta mamá, la bisabuela tomo un alfiles de los que utilizaban para sujetar los pañales y se lo clavó al bebé, profundamente en la planta del pie.  El pobrecito se retorció de dolor, lanzó un alarido y se puso a llorar mucho más fuerte que el bebé demonio, mientras la bisabuela Ana rápidamente le ponía los calcetines.
Ahora si que la madre diabla no sabía que hacer con su bebé. No había manera de calmarlo y se negaba incluso a alimentarse de sus pechos. ¡Por suerte para él! Después de una hora todos los demonios coincidieron en que no había nada peor que un bebé humano y sin pensarlo lo cambiaron otra vez.
Ahora el bebé demonio estaba tranquilamente dormido. Cuando se despertó, la mamá gata pudo alimentarlo y todos se sintieron más felices.
Estaba llegando el amanecer. El jefe de los diablos llamó a mi bisabuela.
–Ha llegado la hora de irte. Pero antes puedes pedir lo que quieras y lo tendrás:te daré hasta la mitad de mi reino.
–No  – dijo mi bisabuela –, no quiero nada. El precio de una buena obra es la obra misma.
 –¡Eso es imposible! ¡Debes llevarte algo! Esta es nuestra costumbre y estamos obligados a cumplir con ella  – dijo el demonio jefe, con voz amenazadora, dando a entender que la obligación también existía para ella.
Mi bisabuela Ana se dio cuenta de que no era ninguna broma. Entonces vio un montón de cabezas de ajo en un rincón de sala y pidió un poquito, tanto como para librarse de la obligación. Le llenaron el delantal de ajo y luego la acompañaron a su casa. Lo primero que hizo Ana fue tirar el ajo por la ventana. Después salió corriendo hasta la casa de su vecina y, tal como se lo imaginaba, encontró a toda la familia desesperada, tratando de calmar al bebé que seguía gritando y llorando de modo horrible. En el acto sacó el calcetín y arrancó el alfiler de la planta del pie. Curó la herida, pequeña ero profunda, y pronto el bebé se tranquilizó.
Bisabuela volvió a su casa. Completamente agotada, se hundió en su cama.
A la mañana siguiente la despertó su nieto mayor, Rafule.
Ella miró por la ventana y vio que el ajo se había convertido en oro puro. Diente por diente, repartió el oro entre sus hijos, nietos y toda la familia.
Muchos años después, bisabuela falleció.
Algunos de sus hijos dejaron Marruecos y fueron a América. Otros se quedaron allí. Muchos de sus nietos emigraron a Israel. Así, los Bisabuelos de Ana estamos ahora repartidos por el mundo.  Y cada uno de nosotros guarda hasta hoy un diente del ajo de oro, en recuerdo del pago que recibió nuestra bisabuela por ayudar a todos sin esperar ningún pago.

jueves, 25 de diciembre de 2014

La Niña De Muchos Ojos

La Niña De Muchos Ojos
(Tim Burton)(Ilustración original)

Por poco me da un ataque
 paseando un día en el parque
porque me encontré una niña
que muchos ojos tenía.

Era en verdad muy hermosa
(¡Me tenía impresionado)
pero vi que tenía boca
y acabamos conversando.

Hablamos del mar, los peces
y sus cursos de poesía,
y del lío que tendría si necesitara lentes.

Es estupenda esa chica
que con tantos ojos mira,
más te deja hecho una sopa
cuando se entristece y llora

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Chico Momia


 Chico Momia
(Tim Burton, Escrito e ilustrado por él) (Libro: La Melancólica Muerte de Chico Ostra)
Con la piel hueca y vacía
y sin un gramo de grasa
el niño momia yacía
silencioso en su carcasa.

"Deje, doctor, sus prebendas                                                  
y diga por qué en un día
se volvió nuestra alegría
un amasijo de vendas"

El doctor dio su opinión:
La desventura de su hijo
tiene por nombre- les dijo-
"Maldición del Faraón".











Esa noche en pura lógica
discutieron el asunto:
"Es nuestro niño trasunto
de una excursión arqueológica".

Buscaron una razón
más complicada y científica
pero al fin ganó la mística:
"Es una reencarnación"

Dos veces logró jugar
con los niños del lugar...

Al juego del sacrificio
arcaico de las doncellas
Más huyeron todas ellas
reprochándole ese vicio"















Solitario y rechazado,
el chico momia lloró,
y luego se dirigió
a la alacena, encantado.


















Las vendas se arremangó
y secándose las cuencas
de los ojos se sirvió
en un bol de figuritas
dos plátanos de unas pencas
y hojas de tanino fritas.


















Un día en que se encontro
perdido en una honda niebla
entre su espesa tiniebla
un perro momia se halló.

Para esta mascota fiera
en regalos no fue exiguo:
le construyó una perrera
al estilo egipcio antiguo.


















Una tarde en que llevó
a su mascota a pasear
de lejos pudo notar
algo que le sorprendió:













En el parque no había un alma
excepto por una ardilla
y el grupo de una chiquilla
que desgarraba la calma.













Su cumpleaños celebraban
 al estilo mexicano
cuando un muchacho entrevió
en el prado más cercano
algo que le pareció
justo aquello que buscaban.

"¡Una piñata!- gritó- .
¡y de las meras genuinas!
Seguro alguien la llenó
de dulces y golosinas".

Le dieron con tabla gruesa
hasta ver que el cráneo abierto
no tenía ni una sorpresa.
El chico momia había muerto.

De entre los escarabajos
que en el césped esparcieron 
solo vieron que salieron
dos o tres escarabajos.



jueves, 30 de octubre de 2014

El Gato negro

El Gato Negro
(La Rumorosa Y Los Aparecidos)

Hace años, en un pueblo de Ensenada, vivía una muchacha que amaba a los gatos. Aparte de trabajar, se dedicaba a cuidarlos, alimentarlos y darles cariño; siempre estaba rodeada de ellos, cuando veía a uno abandonado en la calle se lo llevaba a su casa. Todos los vecinos sabían de su amor hacia esos animales, es por esta razón que en vez de llamarla por su nombre, le decían la muchacha de los gatos.                   
Sucedió que una noche se despertó al oír fuertes golpes en la ventana. Pensó que era algún vecino que necesitaba algo y al asomarse se sorprendió, pues no había sino un gato negro que la miraba con ojos brillantes. Ella le abrió para dejarlo entrar y el gato se le acercó ronroneando, así que lo acarició un rato y luego se volvió a dormir.
Pasaron varios días. El gato negro era el más cariñoso de todos los que vivían con la muchacha, la seguía adonde iba y ¡hasta dormía en su cama! Sin embargo, la joven se dio cuenta que los otros gatos empezaron a alejarse, a irse de su casa; no entendía por qué y sentía tristeza, pues cada vez tenía menos animales. De entre éstos, ella quería especialmente a una gata siamés, a la que había criado desde pequeña; temerosa de que también se alejara decidió dedicarle más tiempo.

Una tarde la joven llegó de trabajar y, con gran pesar, se fijó que sólo dos gatos se acercaron a ella: la siamés y el negro. Levantó a la gata, la abrazó, la besó y se sorprendió mucho al ver que el gato negro se enojaba; a ella le dio miedo porque los ojos se le pusieron rojos, se le pararon los pelos del lomo y empezó a gruñir tan fuerte que parecían los gritos de una persona. A la noche siguiente, mientras le servía leche a su gata, el gato negro se acercó y comenzó a maullar enojado; al ver esto, la muchacha trató de levantar a la siamés, pero el gato saltó sobre la gata y pelearon ferozmente. Desesperada por no poder separarlos, corrió a buscar una escoba. Cuando regresó, la gata estaba muerta y el gato negro se lamía las garras. Entonces la joven se puso a llorar, y con la escoba echó al gato a la calle. Durante varias noches, el animal estuvo maullando en la ventana, esperando que le abriera para entrar.

Cierto día en que la muchacha regresó, encontró al gato dentro de la casa y se espantó, porque se veía enorme, grandísimo. Trató de sacarlo y el gato ni se movió, sólo se quedó viéndola a los ojos; de pronto ¡saltó sobre ella, arañándola y mordiéndola! La muchacha quiso zafarse, gritar, pero el gato enredó su larga cola en el cuello de la joven y apretó hasta que ella dejó de respirar. El negro animal se quedó un rato junto al cuerpo, luego salió por la ventana y desapareció en medio de la noche.

Nadie se hubiera enterado de la muerte de la joven, pero los otros gatos regresaron apenas huyó el gato negro y, al ver que ella no se movía, se pusieron a llorar. El llanto de tantos gatos hizo que la gente fuera a asomarse; sólo así encontraron a la pobre muchacha.

Sólo una sombra...

Sólo una sombra...  
(Revista: Big Bang)

Comenzó a arrastrarse desde un rincón de mi cuarto. Escondiéndose en la oscuridad, avanzando despacio. Mas negra que la noche y el carbón. Yo la miraba desde mi cama, sorprendido. Acababa de despertar de una pesadilla espeluznante, en la que algo me perseguía, pero no podía verlo. Algo se acercaba a mi, y si me alcanzaba, me mataría. Cuando me desperté, la vi. Una sombra desprendiéndose de las otras sombras. Al principio pensé que era sólo mi imaginación, que todavía estaba soñando. Pero las otras sombras no se movían, así que esta no era una simple sombra.
Avanzaba ondulante, como una víbora muy larga y gruesa.
Sabemos que las sombras desaparecen si prendes la luz, pero sabía que esta no era una sombra, así que no tenía caso prender la lámpara de la mesa de noche.

La figura oscura había llegado al borde de mi cama. Ahora comenzaba a reptar para subir por un extremo. Yo encogí las piernas y me pegué a la cabecera, con el corazón golpeando mi pecho. Sentí perfectamente su peso cuando alcanzó el colchón. Pero ahora ya no parecía víbora, sino una garra, con seis largos y huesudos dedos. Se movía abierta como una araña, jalando un poco las cobijas para empujarse hacia mí. Y no tenía cuerpo. Me moví y la garra reaccionó a mi movimiento, como si tuviera ojos. Se abrió, abarcando casi el ancho de la cama. Pesada como plomo. Llego hasta mis pies y los agarro. A través de la cobija, percibí que era helada, como un día de invierno. Estaba paralizado, solo podía observar como la garra-sombra iba subiendo, helando mi cuerpo. Comencé a gritar y se me echó encima, sofocando mi voz. Me cubrió por completo y entonces me di cuenta de que tenía pulso, como si fuera un ser vivo.
No podía ver nada, sólo oscuridad. La garra comenzó a apretar, y cada vez que lo hacía yo sentía que me asfixiaba. Cada vez me faltaba aún mas el aire, la garra se estaba cerrando más, si lo hacía aún más me mataría. De repente la puerta se abrió. La luz se encendió.
Yo estaba completamente enredado en las cobijas, pero ya no sentía frío ni presión, la garra había desaparecido.
–¿Qué tienes, por qué gritas? – preguntó mamá.
–Tuve... una pesadilla– dije, mientras ella me liberaba de las cobijas y me abrazaba.
Ahí, en los brazos de mamá, todo estaba bien. Entonces, por encima de su hombre pude ver en un rincón, algo que se replegaba contra la pared. Parecía una sombra, pero yo sabía que no lo era, y que en cuanto volviera a quedarme solo...

sábado, 25 de octubre de 2014

Presencias Del Más Allá


Presencias Del Más Allá
(Historias reales de espantos y aparecidos)(Por Pilar Obón)
La familia Sánchez llego a su nuevo hogar, en una ciudad del estado de Sonora. La habían conseguido por un buen precio, y habían invertido el resto de sus ahorros en acondicionarla, puesto que llevaba varios años deshabitada.
No era una casa lujosa, pero con sus tres recámaras, era suficiente para el matrimonio y sus dos hijas, Karla de quince años, y Maura de siete.
Estacionaron el auto ante la pequeña verja. El jardincito de entrada tenía un pasto recién sembrado, y la casa parecía estar esperándoles.
Emocionados como estaban, se apresuraron a entrar. Sólo Karla creyó notar, en una de las ventanas superiores, una figura detrás de la cortina de gasa, que se retiró rápidamente. La adolescente no dijo nada. Ya bastante tenía con que su familia pensara que era demasiado imaginativa, para todavía dejar que creyeran que ella tenía alucinaciones.
La pequeña Maura cruzó corriendo la casa y salió al jardín trasero por la puerta de la cocina. Allá había unos viejos columpios, que su padre había arreglado para que ella pudiera mecerse.
La niña se detuvo en seco. Los tres columpios se balanceaban, y no había viento que los moviera.
Como era una niña valiente, se adelantó y detuvo uno de ellos. Se sentó, pero sus pies apenas rosaban el suelo. Imposible impulsarse. Entonces sintió unas manos que la empujaban suavemente. Volteó y vio un anciano que, parado detrás de ella le sonreía.
–¿Quién eres? – pregunto la niña.
–El señor Montiel – contestó el hombre–. ¿Y tú?
–Yo soy Maura. ¿Vives por aquí?
–Sí – dijo él–.¿Quieres que te empuje?
La niña asintió, y pronto se balanceaba alegremente impulsada por el anciano.
Media hora después, su madre salió a llamarla.
–¡Maura, ven, tienes que ordenar tu cuarto!
–¡Ay mamá, un ratito más!
–Es eso quedamos, hija.
La niña se bajó del columpio y se volteó para darle las gracias al amable señor Montiel. Pero no había nadie más.
–¿Dónde está? – dijo.
–¿Quien, mi vida?– preguntó su madre.
– El señor Montiel, un viejito que me estaba empujando el columpio.
–Aquí no hay nadie, Maura.
–¡Pero estaba aquí!
Impaciente, la señora Sánchez, pensó que su hija estaba volviendo con esa cosa de los amigos imaginarios. Dios sólo sabía por qué le había dado esas dos niñas soñadoras (no se atrevía a llamarlas mentirosas: era su madre, después de todo).
En el piso superior, Karla ponía en orden sus cosas. Miró el antiguo espejo que había quedado de los habitantes anteriores y sonrió. Le gustaba tener un espejo de cuerpo entero. Era casi lo único que le gustaba de esa casa.
Después de asegurarse de que Maura estuviera guardando sus juguetes y acomodando su ropa, la señora Sánchez entró al cuarto de su hija mayor, y se paró a un lado del espejo.
–¿Ya terminaste? – preguntó.
Karla la miró, y sintió un escalofrío. Reflejada en el espejo, pudo ver claramente a una figura que tenía la cara cubierta por una capucha, parada detrás de su madre. Pero sólo era una imagen. No había nadie más ahí más que ellas.
–¿Qué tienes?¡Estás pálida! – exclamó la madre, preocupada.
–Nada mamá, estoy bien, de veras V contestó la adolescente.

Durante la cena, la pequeña, La pequeña Maura contó a su padre el episodio en el jardín.
–Era muy amable, papá. me dijo que se llamaba el señor Montiel. Traía un chaleco café, como los que usaba mi abuelito.
El señor Sánchez cruzó con su esposa una mirada de resignación. Él tampoco entendía de dónde habían salido sus hijas tan imaginativas.
–Sigue comiendo, Maura–recomendó su madre.
–¿Y qué más pasó con el señor Montiel? – preguntó Karla, súbitamente interesada–. ¿Cómo era?.
–Flaco, con el pelo blanco–contestó Maura.
El señor Sánchez, hizo un esfuerzo por desviar la conversación.
–Mañana voy a explorar el sótano – anunció –. ¿Alguien quiere ayudarme?
–¡Yo! – exclamó Maura emocionada –. ¿Tú crees que encontremos algún tesoro, papá?
–No sé lo que encontraremos- respondió éste–. Son trebejos de la familia que  vivía aquí.
–¿Quiénes eran? – preguntó Karla.
–No lo sabemos, hija  respondió el señor Sánchez –. Yo traté con una agencia corredora de bienes raíces.

La noche cubrió el cielo  con su manto de tinieblas, y una luna  pálida asomó entre las nubes. Acostada en su cama, Karla podía verla a través de la ventana. Había algo en esa casa que no le gustaba. Estaba segura de haber visto una  figura encapuchada, pero temía que sus papás pensaran que solo era su imaginación.
El cansancio de día acabó por vencerla, y se quedó dormida.
Despertó sobresaltada. Escuchaba voces que parecían entonar un cántico, de esos que se usaban en las iglesias, gregorianos. Se incorporó en la cama, alerta. Las voces comenzaron a murmurar su nombre.
–Karla...Karla...
Venían de la pared. De la puerta. Del espejo. De todas partes. Asustada, se tapó los oídos y se sumergió en las conijas. Al poco rato, las voces cesaron, pero ella ya no pudo conciliar el sueño.

El sótano era un desastre. Lleno de cajas con cosas empolvadas e inservibles. Viejos vestidos, libros deshojados.
¡Mira papá, qué raro!– exclamó Maura, sacando de las cajas una prenda de ropa–.
¡Es el chaleco del señor Montiel!
–Hija,estás imaginando cosas– dijo el señor Sánchez, fastidiado, quitándole el chaleco y devolviéndolo a la caja–. Todo esto tendrá que ir a la basura.
Pero Maura ya estaba abriendo otra caja. Extrajo de ella un viejo álbum de fotos, y se sentó a mirarlo alegremente en el suelo terroso a mirarlo.
–Papá, ven –dijo–. Mira, éste es el señor Montiel.
Algo en el tono de su hija advirtió al padre que ésta no mentía. Se aproximó a ella y miró la fotografía. Un anciano delgado, vestido con chaleco, sonreía a la cámara. Era exactamente como Maura lo había descrito.
El señor Sánchez tomó el palbum y pasó las páginas. Había muchas fotos de Montiel. Aparecía junto a una mujer, que debía ser su esposa, y con un muchacho robusto y de expresión hostil.
En ese momento, en el piso superior, Karla comenzó a gritar.

La familia irrumpió en la habitación de la adolescente. Las cosas volaban a su alrededor mientras ella, aterrorizada, señalaba hacia el espejo.
–¡Salió de ahí! ¡El  hombre de la capucha! ¡Está lanzándome cosas!
Aterrados, el matrimonio Sánchez y su hija Maura vieron cómo libros, ropa, mochilas, peines y accesorios volaban por los aires y golpeaban a Karla, que se defendía cubriéndose la cabeza con las manos.
La señora Sánchez corrió a abrazar a su hija y, cuando lo hizo, todo volvió a la calma. objetos que  un segundo antes habían estado en vilo, cayeron pesadamente al suelo.
–Tenemos que hablar – dijo el señor Sánchez.
Esta vez, Karla no se guardó nada. Contó a sus padres de la sombra que había creído ver cuando llegaron, de la figura encapuchada que se había parado detrás de su madre, de las voces que había escuchado. Después de presenciar el ataque, ninguno de sus padres se atrevió a decir que eran imaginaciones.
– Y está también lo del señor Montiel – dijo el señor Sánchez.
Procedió a contar el descubrimiento en el sótano. El chaleco, las fotos...
–¿Qué hacemos? – dijo la señora Sánchez.
– Largarnos de aquí– opinó Karla.
–¡No! – protestó Maura –. A mi me gusta el jardín y además el señor  Montiel es muy amable.
–Antonio – dijo la señora, dirigiéndose  a su marido–. Tenemos que averiguar quiénes eran los dueños de esta casa, y qué pasó aquí. Pero  antes, debemos llamar un sacerdote.

Ese mismo día un cura bendijo la casa. Y las cosas se calmaron durante algunas semanas. Mientras tanto, Karla se dedicó a navegar por Internet. Una tarde, encontró lo que buscaba.
–La casa perteneció, efectivamente, a unos señores Montiel – dijo a su familia esa noche–. Tenían un hijo: Ramón. pero algo pasó y la casa fue puesta a la venta. Nadie quiso comprarla, y así transcurrieron varios años. Hasta que llegamos nosotros.
– Yo he estado averiguando en la agencia corredora de bienes raíces – añadió a su vez el señor Sánchez–. Quedaron de ponerme en contacto con la persona que les encargó que vendieran la casa.

Al día siguiente, la señora Sánchez estaba en el jardín. No comprendía por qué, a pesar de todos sus afanes, todas las flores que sembraba ahí se marchitaban.
Les falta abono– dijo una voz detrás de ella.
La mujer volteó sobresaltada. Un frío glacial se arrastró por su espalda. Ahí, ante ella, estaba un anciano delgado con chaleco café.
La señora Sánchez no esperó a ver que más le decía esa aparición. Echó a correo hacia la casa. Cuando se asomó por la ventana de la cocina, Montiel ya no estaba ahí.
Esa noche, las voces volvieron. Pero esta vez, Karla llamó a sus papás. El matrimonio Sánchez sintió que la piel se les erizaba. Eran cánticos. Cánticos religiosos, pero más bien parecían diabólicos. Y murmullos, mencionaban el  nombre de Karla. Sin ponerse de acuerdo, miraron hacia el espejo. ahí apareció una figura con la cara cubierta.
La capucha cayó, y los tres reconocieron a Ramón, el hijo de los Montiel. De entre sus ropas, sacó un hacha, estaba ensangrentada...

La familia se trasladó a un hotel cercano. Al día siguiente, alguien los fue a buscar. Una mujer que dijo llamarse Ariadna Montiel, Era lo propietaria original de la casa.
–Soy hija de Ramón – reveló cuando todos se hubieran reunidos en la cafetería del hotel; menos la pequeña Maura, que había sido enviada con sus tíos a Guadalajara.
–¿Por qué...? – Comenzó Karla.
–Espera –interrumpió Ariadna, haciendo un gesto con la mano –. Estoy aquí para contarles la historia, y también para pedirles perdón.
La dejaron hablar. Y lo que les contó aquella mujer parecía sacado de una novela de terror, no de la vida real.
– Mi padre siempre fue un chico raro. No se llevaba con los muchachos de su edad, era muy solitario. Mis abuelos lo trataban con cariño, pero reconocían que a veces, que su hijo tenía comportamientos agresivos.
"Mis padres no se casaron. Tal parece que fue asunto de una sola vez. Ramón nunca quiso reconocerme, pero mi abuelo, el señor Montiel, hizo lo que le pareció justo y me dió su  nombre y su apellido. También le dio a mi madre una pequeña pensión. Ella y yo nos fuimos de Sonora.
Ramón nunca le perdonó a su padre que me incluyera en la familia. En su mente ya perturbada, lo consideró una traición. Cuando nosotras nos fuimos, se volvió más agresivo. Estaba enfermo, muy enfermo mentalmente. Un día después de una discusión, se procuró un hacha. Entró a la casa y, en su rapto de locura, dio muerte sádicamente a sus padres, que no pudieron defenderse ante ese gigante enfurecido. La casa quedó convertida en una carnicería, había sangre por todas partes. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, Ramón se quitó la vida. El asunto fue silenciado, y yo heredé esta casa.
Para entonces, mi madre había muerto también. Puse la casa en venta, pero la gente decía que aquí asustaban, que los fantasmas de mi abuelo y de mi padre se aparecían. Por eso permaneció deshabitada, Las personas no quieren ligarse con lugares donde hayan ocurrido hechos violentos
Hasta que llegaron ustedes, que venían de fuera y no podían saber nada. Yo pensé que lo de los fantasmas eran habladurías, jamás imaginé que eso fuera real, y mucho menos que el espectro de Ramón, cargado de odio, pudiera ser agresivo.
Creánme que lo siento. Si desean devolver la casa, no puedo negarme."

Esto ocurrió hace dos años. Hoy ya no existe la casa donde tuvieron lugar estos desdichados acontecimientos. En este lugar hay una clínica de salud del gobierno. Pero las presencias siguen allí. Cuando menos una. Hay médicos, enfermeras y pacientes que juran que algunas noches se puede ver una figura encapuchada recorrer lentamente los pasillos: y algunos creen haber visto asomar, entre sus ropas una hacha ensangrentada...


sábado, 13 de septiembre de 2014

Recomendaciones De Libros...

Recomendaciones De Libros...
Les recomiendo todos los libros de Sherlock Holmes, son del mejor detective que puede y pudo existir: Sherlock Holmes, se hace amigo accidentalmente del Doctor Watson y juntos comienzan a resolver desde los crímenes que parecen sencillos hasta los más confusos y extraños.  Esta el sabueso de los Baskerville:
Un gran misterio ha plagado durante siglos, la vida de la familia Baskerville: todos los herederos del mismo caserón han ido muriendo asesinados durante siglos por lo que parece un enorme y endiablado perro. Cuando el último heredero se instala en el castillo, Sherlock Holmes deberá averiguar qué es lo que realmente ocurre en el pueblo...
Este es sólo un pequeño ejemplo de las grandes obras maestras de Conan Doyle.
Los libros son:
1.       Estudio en escarlata (es el primero)
2.       El signo de los Cuatro
3.       Las aventuras de Sherlock Holmes
4.       Memorias de Sherlock Holmes
5.       El Sabueso de los Baskerville
6.       El regreso de Sherlock Holmes
7.       El valle del terror
8.       Su última reverencia
9.       El archivo de Sherlock Holmes



viernes, 12 de septiembre de 2014

Desconcierto

Desconcierto
Raúl llegó tarde, muy tarde esa noche a su casa.
La pequeña maleta pesaba como si estuviera llena de piedras. Se sentía muy cansado y confundido, con una extraña debilidad. Sólo esperaba que no le fuera a dar un resfriado. Sería el pésimo remate de un viaje de negocios que no había salido como esperaba. Puros contratiempos. Incluso  había tenido que abordar otro autobús de regreso debido que el suyo lo había dejado.
Le extrañó ver la casa en sombras. Unas horas antes había hablado con Rita, su esposa, para avisarle a que hora llegaría y,  como siempre que viajaba, le había pedido que no fuese por el a la estación. Rita acostumbraba esperarlo despierta, con las luces encendidas. Seguramente, ella y lo muchachos ya estarían dormidos. Ya  era casi de madrugada, la parte más oscura de la noche.
Sintiéndose flotar de cansancio, sacó su llave y abrió la puerta. Casa, por fin. Cómo extrañaba el hogar cuando andaba lejos en sus viajes como representante de ventas de una compañía de libros. Pero ahora por fin había llegado.
La pequeña  casa estaba extrañamente silenciosa. "Qué raro",pensó.
Encendió la luz de la sala, dejó la maleta en el suelo y llamó:
–¡Rita, ya llegué!
Nada. Ninguna respuesta. Cada vez más confundido, Raúl se asomó a su recámara. Estaba vacía, el clóset abierto, la cama tendida. Qué extraño que Rita hubiese dejado las puertas del clóset abierto, como si hubiese sacado una prenda apresuradamente; y la cama no estaba desecha, señal de que ella no se había acostado. Cerró el clóset y después fue  a buscar a sus hijos, Eduardo y Raúl, adolescentes y apunto de entrar a la universidad.
Ellos tampoco estaban en su cuarto, ni se habían acostado; las camas gemelas permanecían nítidamente tendidas. ¿Qué  pasa aquí?
Sintió una punzada de preocupación. Sacó su celular y marcó el número de Eduardo, el único que llevaba teléfono. Lo mandaron al buzón. Después llamo a casa de su suegra. Nadie contestó. Eso si que era raro. A doña Mercedes ya no le gustaba salir de noche. El hecho de que no respondiera el teléfono era extraordinario.
Y el se sentía cansado...
Pensó en prepararse algo de cenar, pero descubrió que no tenía hambre ni sed. Se sentó en la sala para tratar de poner su mente en orden. No entendía porque su familia no estaba en casa. Seguramente había pasado algo, y grave. ¿Cómo averiguarlo?
Se le ocurrió llamar a la puerta de los vecinos. Pero no eran horas de estar molestando a la gente.
No, no estaba pensando con normalidad. Debía averiguar qué diablos había ocurrido con su familia. Trató de recordar: ¿era alguna fecha especial?¡Estarían en alguna reunión?
Se resistía a llamar a los hospitales y a las delegaciones de policía, como hace uno en esos casos. Una parte de su mente le decía que pronto descubriría un motivo perfectamente razonable para su ausencia.
Como respuesta del destino, escuchó la llave en la cerradura. Ahí estaban, bendito Dios.
Pero no eran ellos. La empleada doméstica, Isabel, entró a la casita. Vaya horas de llegar, demasiado temprano.Ella, que siempre llegaba tarde.
Raúl se incorporó para salir a su encuentro. Ella sabría que había pasado.
–Isabel.
La mujer se quedó quieta, mirándolo con los ojos muy abiertos.
– Isabel, soy yo, ¿por qué me miras así?
Hizo un movimiento para aproximarse, pero ella alargó la mano, impidiéndoselo en un gesto simbólico. De sus labios resecos salió un hilo de voz.
– Señor Raúl... usted no debe estar aquí.
–¿Qué dices mujer? ¡Esta es mi casa!
–Ya no.
–¿A qué te refieres con ya no? – preguntó enojado.
–A que usted debería estar con su familia, en el funeral.
-¿Qué funeral?¿Quien murió? – exclamó el hombre, y la angustia comenzó a crecer en su interior.
– Usted. A la señora le avisaron que en el autobús que venía usted se fue a un barranco. Todos murieron. La señora y los muchachos identificaron su cuerpo, y ahorita mismo lo están velando...

Durante varios meses el fantasma de Raúl se apareció en su casa en la colonia del Valle, en la Ciudad de México, cargando sus maletas, queriendo regresar a su vida. Fue necesario decir varias misas en su nombre para que esta pobre alma desconcertada comprendiera que tenía que partir.

domingo, 17 de agosto de 2014

Aventura De Los Dos Ladrones

(Autora: Pascuala Corona) (Libro: El pozo de los ratones y otros cuentos junto al calor del fogón)
Aquí les va el cuento, que está como mole de olla; trata de “El ladrón tapatío y el ladrón mexicano. De cómo se conocieron y llegaron a compadres”.
Allí tienen que un buen día se toparon en el campo de buenas a primeras y al indagarse de qué se las veían, fue resultando con que los dos eran ladrones; bueno, pues que se hicieron de amistad y cada uno comenzó a contar sus perrerías tratando de aventajar al otro. Entonces decidieron hacer una prueba para ver cuál era el mejor ratero. Echaron un “volado” y la primera prueba le tocó al mexicano. Éste dijo que podía robarse los huevos del nido de un gorrión sin que el pájaro lo sintiera. Y así lo hizo, localizo el nido, se subió al árbol y estando el pájaro echado le robó los huevos y se los guardo en la bolsa de la guayabera.
El tapatío subió tras de él, sin que el mexicano lo sintiera, y con unas tijeras que llevaba le cortó la bolsa y agarró los huevos, de modo que cuando llegaron abajo el tapatío traía los huevos y de allí se creyó que era el más hábil. El mexicano no quedó conforme y pidió que el tapatío también pasara su prueba. Para esto estaban al pie de un cerro muy tupido, cuando vieron a un pastor que venía arriando un borrego muy cebado que llevaba a vender al mercado. Al tapatío le pusieron de prueba que se lo robara. El tapatío, para lograrlo, discurrió despertarle la ambición al pastor, así que se escondió entre unos matorrales y se puso a balar.
El pastor se dijo: –Míreme nada más, ¡qué suerte la mía!, ese balido me indica que un borrego anda extraviado en el monte, voy a buscarlo y así, en vez de uno, llevaré a vender dos.
Y haciéndose ese cálculo se fue tras el balido y dejó su propio borrego atado a un árbol. Mientras el tapatío seguía balando, el ladrón mexicano desató el borrego y se lo robó.
El dueño del borrego, cansado de no encontrar al borrego extraviado, regresó a buscar el suyo y al no encontrarlo se echó en cara su propia tontera y creyéndolo perdido regresó a su casa en busca del otro.
El ladrón tapatío, viéndolo alejarse, salió del matorral a buscar el borrego; pero para entonces ya lo traía el mexicano, así como en las pruebas salieron mano a mano, se cumplió en ellos el refrán que dice: “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. Se hicieron amigos y decidieron en lo de adelante trabajar juntos. Se fueron a casa del mexicano, con todo y borrego; la mujer del mexicano decidió matarlo y hacer barbacoa para celebrar el compadrazgo.
Y ahora les diré de cómo encontró la muerte el ladrón mexicano por causa del ciego. Pues que una vez que se hicieron compadres, el tapatío y el mexicano, por donde quiera robaban juntos y como entre los dos se ayudaban, uno y otro se cuidaban y sacaban provecho, pues que una vez decidieron robar la Casa de Moneda y así lo estuvieron haciendo por un tiempo, hasta que los encargados, de desesperados, fueron a ver a un ciego.
Porque para esto, había en la ciudad de un ciego que era zahorí (vamos, adivino), y se ganaba la vida dando consejos. Pues que los de la Casa de Moneda fueron a verlo y el ciego, como zahorí que era, luego les dijo que el día que habían de volver a ir los ladrones y les dio consejo de la trampa de habían de poner para apresarlos.
Pues que llegó el día aquél y en la noche se encaminaron los dos compadres a la Casa de Moneda; esa noche le tocaba al mexicano robar y al tapatío echarle aguas, es decir, cuidarle las espaldas.
El ciego había mandado poner un cajón con mucho dinero, el mexicano llego y se metió y comenzó a llenar su talega, en eso el cajón que ya estaba desclavado sobre un hoyo, con el peso del ladrón se desfundo y el mexicano se fue para adentro, sólo la cabeza le quedó afuera; al rato la cabeza se le descoyuntó y tanta fuerza hizo por salirse que acabó por ahorcarse.
El tapatío, viendo que el compadre no aparecía, le chifló y le volvió a chiflar, que ya era seña convenida que tenían, pero viendo que no hacía aprecio a los chiflidos se metió a buscarlo  y lo encontró ya bien muerto colgado de la trampa. Trató entonces de sacarlo para llevárselo, pero por más estirones que le dio no pudo, y no queriendo dejarlo por oprobio de su comadre, amoló su cuchillo y le cortó la cabeza para guardar el honor y se la llevó.
De allí se fue a casa de su comadre a darle la pena y entre los dos metieron la cabeza en una olla, y pensaron tenerla escondida mientras el tapatío se daba tiempo para recoger el cuerpo y darle cristiana sepultura.
Y por lo pronto les contaré de lo que se siguió por agarrar al tapatío.

Al día siguiente los de la Casa de Moneda encontraron al ladrón en la trampa pero sin cabeza, de modo que comprendieron que tenía un cómplice y pensaron que el otro le había mochado la cabeza para que no fuera a cantar, es decir, a echarlo de cabeza o delatarlo, como prefieran.
Entonces fueron a  ver al ciego, a darle cuenta de lo que había pasado, a ver que otro consejo les daba. El ciego les dijo:
–Arrastren el cuerpo del ladrón por las calles, tráiganlo  por donde quiera, y fíjense en la casa donde lloren, de allí es el muerto.
El tapatío, que ya esperaba que algo se hubiera de seguir, se sentó en la puerta de la casa a remendar zapatos y luego que vio venir el cadáver de su compadre, le dijo a su comadre:
–No vaya a llorar, comadrita, que allí traen el cuerpo de su marido.
La comadre, al divisarlo, no pudo aguantarse el llanto, al punto se acercaron los alguaciles a apresarlo; entonces el tapatío se cortó a propósito el un dedo y les dijo que su comadre lloraba porque se había asustado de verle el dedo mocho. Así que la prueba no valió y los de la Casa de Moneda tuvieron que volver a ir a consultar al ciego. Éste les dijo:
–Cuelguen el cuerpo del difunto de un palo en la garita del camino y vio a su compadre el mexicano, fue con la comadre a ver cómo le hacían para rescatarlo.
Y ahora mismo les diré como le hizo.
Hizo que su comadre le guisara unas gallinas y comprará bastante pulque. El tapatío se vistió entonces de lego, aparejó un burro con una canasta donde puso las gallinas guisadas y el pulque y al atardecer cogió camino para la garita. Cuando llegó al palo de donde pendía su compadre, se hizo pasar por caminante y como lo creyeron lego, le tuvieron confianza y ¡para qué les digo lo que hicieron cuando vieron lo que llevaba! Se hicieron mieles para que compartiera con ellos su cena. El tapatío, que sólo eso estaba esperando, dio a los alguaciles todo lo que traía, hasta que logró que bebieran mucho pulque. Ya que los vio tumbados de borrachos, descolgó al muerto y se lo llevo.
Cuando le notificaron al ciego lo que había pasado, dijo:
–Mañana pongan una doble ronda de serenos que vigilen bien el pueblo, pues en la noche sus deudos han de tratar de darle sepultura.
Entonces, para despistar, el tapatío salió en cadenas al anochecer con su farola de papel china, invitando al barrio a fiesta en honor de tal santo; ya que invitó se fue a casa de la comadre a preparar la fiesta de la noche siguiente.
Para esto, mataron cochinos, hicieron aguas frescas, compraron bastante pulque y apalabraron a los músicos. Después el tapatío se ocupó el mismo de hacer un torito, de esos que echan cohetes, escondió en él el cuerpo de su compadre el mexicano, a quien la comadre ya le había cosido la cabeza. Pues que al día siguiente, en la noche, ya que todos estaban encandilados, sacó el tapatío el torito encendido y a todo correr con todos los cohetes encendidos atravesó el barrio y agarró para el  campo sin que nadie lo viera, pues el que no estaba dormido, estaba en la fiesta que atendía la comadre; tanto que los serenos ni cuenta se dieron, antes se divirtieron con el jolgorio. Mientras tanto el tapatío llego al campo y enterró a su compadre.
El ciego lo supo y dijo:
–Mañana es día de misa y el que enterró al muerto no puede faltar por la pena de azote. Como pasó la noche de sepultero no le va a dar tiempo de cambiarse la ropa y como ha de estar lleno de tierra hasta el cogote, su propia ropa lo ha de vender. Con eso sabremos de una vez quién es ese ladino, pues la ropa o la tardanza lo han de entregar; hoy sí no tiene escape.
Entonces, desde el amanecer, montaron ronda en todas las puertas de la iglesia; para esto el tapatío ya estaba adentro cuando se dio cuenta de que lo acechaban, pero como no podían apresarlo en la iglesia, el tapatío se aprovechó del momento; se puso al habla con un limosnero que, aunque pobre, no se le veía mugre del día, entonces lo engatusó a que le cambiara su ropa; el limosnero accedió, pues la ropa del tapatío, aunque sucia, no estaba rota. Entonces se metieron dentro de un confesionario y allí se cambiaron. El limosnero salió todo enlodado y el tapatío todo raído.
El tapatío, que era muy ladino, le dijo a su comadre:
–Si te piden taco, no les des de chiva–, pues ya le daba en el corazón que habían de ir.
La comadre, cuando llegaron a pedirle taco, no lo dio de carne ni de huesos, pero sí de caldo de chiva; así que dio igual.
Tan pronto como la comadre cerró, el fingido limosnero señaló la puerta con una cruz de almagre y se fue a llamar a los alguaciles. Mientras tanto el tapatío, a quien no se le pasaba nada, vio la cruz en la puerta; entonces, con almagre también señalo dos o tres casas más; de modo que cuando llegaron los alguaciles se hizo tal confusión, que ni a quien apresar por el robo de la chiva. Y de aquí pasamos a saber cómo el tapatío, de ladrón pasó a zahorí, por ladino.
Pues sucedió que volvió a verse tan pobre, que ya no podía ni con los doce reales del bautizo, de suerte que decidió robarse una yunta de bueyes para arar tierra y hacer sus siembras, y así lo hizo; pero sucedió que apenas el tapatío se la robo, el dueño se dio cuenta y fue a ver al ciego para que le diera consejo. Entonces el tapatío escondió la yunta en el cerro y se fue a su casa a hacerse el disimulado mientras pasaba el alboroto.
El ciego dijo al dueño de la yunta: –Sigan al tapatío.
El tapatío lo supo y al darse cuenta que el ciego le andaba pisando los talones, comenzó a cavilar y decidió cambiar de profesión, y como era tan ladino:
Entre ladrón y zahorí
Prefirió lo adivino.
El dueño de la yunta, cansado de esperar a que el tapatío saliera para poder seguirlo, se llegó a él y le pregunto si sabía de sus animales. El tapatío, que ya estaba decidido a hacerse pasar por zahorí, le dijo:
–Si me das tanto más cuanto, te descubro el paradero de tu yunta–.
El dueño de la yunta pensó que el ciego no había podido adivinar esta vez y por eso lo había mandado con el tapatío, porque sería un adivino de mayor visión que él, así que acabó por apalabrarse con el ladrón, creyéndolo zahorí.
El tapatío le pidió siete velas y unas reatas, y que se consiguiera unos peones que los acompañaran; en seguida se dirigieron al cerro, allí el tapatío le dio a cada quien una vela, las prendió y les dijo:
–Por donde sople el viento doblarán las flamas, ellas nos indicarán con su dirección donde estén los animales, por allí ganamos y ya verán cómo damos con ellos.
Y así lo hicieron, y el tapatío por delante y los demás siguiéndolo, llegaron donde estaba la yunta y el dueño hubo que pagarle buen dinero al ladrón, que desde entonces tomó fama de zahorí y le hizo competencia al ciego.

Y ahora les contaré de como su fama llegó al poderoso y el trabajo que le encomendaron.
Pues sucedió que a la princesa, hija del Mandamás de aquel lugar, le robaron el anillo, y el rey mandó a llamar al tapatío a ver si podía decir dónde estaba, pues hasta sus oídos había llegado la aventura de la yunta.
El Mandamás dio al tapatío tres días de plazo para que adivinara, a más le dio aposento y le puso tres sirvientes, pues a la noche iría el Mandamás a tomarle cuento.
Para esto, los tres sirvientes habían sido los que habían robado la sortija; allí tienen que, a medio día, el primer sirviente llevó el almuerzo al tapatío y éste dijo:
–Señor San Bruno,
 aquí va uno,
pensando que ya se le había pasado el primer día de plazo.
Pero el sirviente, que no tenía la conciencia tranquila, se alarmó y fue a avisarles a los otros dos que el adivino ya andaba sospechando de él.
Al segundo día se presentó el segundo sirviente con el almuerzo, y el tapatío pensando en que ya era el segundo día y el nada adivinaba, dijo:
–Santo Dios,
 parece que son dos.
El sirviente se asustó y les dijo a los otros: – Mal nos va con este adivino.
Pero los otros tranquilizaron y llegó el tercer y el tercer sirviente le llevó el almuerzo. El tapatío, en vista que de ya era el último día de plazo, dijo:
 –San Andrés
  ya con este son tres.
El sirviente, al oírlo, corrió a decírselo a los otros dos, y los tres creyéndose perdidos decidieron ponerle una prueba al tapatío a ver si de verás era zahorí y vía adivinando que eran ellos los ladrones, pues a la noche iría el rey a tomarle cuenta. Para eso fueron con el tapatío, lo vendaron y discurrieron llevarlo de paseo a ver si adivinaba dónde lo andaban trayendo. Y lo llevaron al traspatio; el tapatío, que como ustedes ya saben no tenía nada de adivino, ni se imaginaba donde lo habían llevado. Dijo en voz alta para si mismo: – Aquí la puerca torció el rabo. Como decir: –"Estoy perdido, ya me amolé". Y esto lo salvó, pues los tres sirvientes gritaron a coro:
– En verdad acertaste, aquí mismo matamos a la puerca. En seguida lo llevaron a su aposento y le entregaron el anillo, ofreciéndole tanto más cuanto si no los delataba. El tapatío aprovecho la ocasión y les pregunto que caprichos tenía la muchacha. Los sirvientes dijeron que tenía unas palomas habaneras muy consentidas. El tapatío les pidió que le llevaran una. Después enmaraño en una madeja de hilo la sortija y se la enredó a la paloma de las patas, mandando a los sirvientes que  la regresaran al palomar. Así que cuando el Mandamás llegó a preguntarle si ya había adivinado, el tapatío le dijo: – El anillo lo tiene la paloma consentida de tu hija. La niña la tenía en su almohadilla y la paloma habanera se la llevó entre una madeja para hacer su nido.
Fueron luego al palomar y vieron que era verdad. El tapatío entonces recibió el dinero del rey y de los sirvientes, y se hizo rico, haciéndola a veces de ladrón y aveces de zahorí.

viernes, 15 de agosto de 2014

La Ouija

La Ouija
(Historias reales de espantos y aparecidos)(Por Pilar Obón)
Fernando tenía 16 años y, tal como sucede a esa bendita edad, creía que los espantos, aparecidos y cosas demoniacas eran algo para divertirse, un domingo en el cine, o que sólo aparecían en los videojuegos.
No sin cierta razón, decía que él les tenía más miedo a los vivos que a los muertos, y se burlaba de la gente que sentía terror a lo ultraterreno.
Hasta que un día, se encontró en su camino con un tablero ouija que compró en un puesto callejero, con el fin de divertirse un rato con sus amigos.
El tablero ouija moderno es parecido al que existía en otros siglos, cuando se utilizaba para comunicarse con los espíritus: un rectángulo de madera, en cuya parte superior hay un alfabeto, y a la izquierda y a la derecha, las palabras “si” y “no”. Un pequeño triangulo de madera – símbolo de la sabiduría pitagórica – acompaña al tablero. Una o dos personas apenas apoyan las yemas de los dedos en el triángulo y hacen la pregunta.
Cuando se da la comunicación con los espíritus, éstos usan la energía de los ejecutantes para mover el triángulo y así apuntar hacia las distintas letras para formar una palabra o frases, a menos que dicha pregunta pueda ser contestada con un “si” o un “no, en cuyo caso el triángulo se irá al extremo correspondiente.
Fernando quería jugar una broma a sus amigos, simulando que los espíritus movían el triángulo cuando sería él – planeaba – quien lo hiciera.
Así, una tarde, el muchacho reunió con Diego, adolescente sumamente impresionable, y con Enrique, el más ilustrado del grupo.
Al principio, como ocurre cuando jugamos con fuerzas desconocidas, todo fue bien. Diego preguntó si Paula, su amor imposible, llegaría a quererlo y, para su satisfacción, el triángulo, diligentemente contesto que sí. Las preguntas siguieron este derrotero hasta que Enrique, un poco aburrido, hizo una propuesta:
– Dejen de preguntar estupideces. Y Fernando, deja también de mover el triángulo. Por si no lo saben, par de ignorantes, se supone que no deben tocarlo, sino solo poner los dedos un poco encima de él. Preguntemos algo interesante.
Fernando, un poco picado, y consciente de la mirada desilusionada de Diego (quien había creído a pie juntillas en las respuestas de la ouija), retó, encarándose con Enrique:
– Está bien, genio. Haz la pregunta.
– Espíritu – dijo Enrique en voz alta –, ¿eres un alma perdida?
Los minutos pasaban y nada ocurrió. El rostro del “genio” comenzaba a esbozar una sonrisa burlona, cuando el triángulo se movió.
–No.
–Ya Fer, deja de mover el triángulo. O tú, Diego.
–Yo no estoy moviendo nada – protestó éste.
Entonces Enrique miró a Fernando, que se había puesto pálido. Realmente había sentido que el triángulo se movía., y ni él ni Diego lo habían tocado.
–Pregúntale otra cosa, Enrique – pidió el dueño del tablero –, esto es la neta, hay alguien ahí.
Todavía sin creerlo mucho, el aludido dijo:
– ¿Eres un ángel?
El triángulo se movió:
–No.
– ¿Un demonio?
–Sí.
Los tres amigos se miraron. Enrique abrió la boca para protestar, pero Fernando se adelantó.
–Espíritu, ¿cómo te llamas?
–Adonai.
Fernando y Diego miraron interrogantes a Enrique, que explicó, con la voz extrañamente baja:
–Adonai es uno de los setenta y dos nombres que los antiguos magos invocaban cuando querían realizar hechizos especiales. Es uno de los demonios más poderosos del infierno.
En ese momento, el triángulo cobró vida propia y comenzó a moverse cada vez más rápidamente, sin energía humana que lo guiara. Los tres amigos tenían los ojos clavados en el tablero, donde el pedazo de madera señalaba las letras para transmitir lo siguiente:
“Soy el más poderoso de todos. Enrique, imbécil. No sabes nada, aunque crees que sí. Ni tú Fernando, ni tú Diego. Pero yo lo sé todo. Y si no lo sé, hago que suceda como a mí se me da la gana. Puedo volar en pedazos sus casas, con todo y sus familias. Porque ahora que han abierto la puerta del infierno, ya no la podrán cerrar.”
A esto siguió una letanía de palabras en lenguaje perdido. El triángulo volaba sobre el tablero.
– ¡Tira esa cosa, Fer! – exclamó Enrique, pálido.
El triángulo se detuvo, y luego comenzó otra vez:
“Si puedes”.”
– ¡Claro que puede! – gritó Enrique, demasiado alterado, mientras Fernando y Diego lo miraban asustados. Nunca habían visto al ecuánime y culto muchacho perder el control de esa manera.
El dueño del tablero retiró el triángulo. Hubo una súbita sacudida y un cenicero de cristal estalló. Después, todo volvió a la calma.
–Nunca en tu vida – dijo Enrique a Fernando, respirando muy rápido – vuelvas a jugar con esa cosa. No sabes las fuerzas que puedes desatar. Tírala, rómpela, quémala, pero sácala de tu casa ya.
Silenciosamente, Fernando guardó el tablero en su caja. Unos minutos después, Diego y Enrique se retiraron, este último confiando en que su amigo seguiría su prudente consejo.

Mas no fue así. Intrigado, Fernando se llevó el tablero ouija a su recámara y lo escondió debajo de su cama. Su madre era muy religiosa, y no le hubiera gustado saber que su hijo andaba jugado con artefactos profanos.
Pero muy tarde esa noche, el muchacho sacó la ouija de su escondite.
–Espíritu –­ dijo rozando con sus dedos el triángulo de madera–, ¿estás ahí?
Lenta, muy lentamente, sintió como se movía.
Sus dedos lo siguieron:
–Sí.
– ¿Eres quien dijiste que eras?
– ¿Quién dije que era?
–Adonai.
–No.
– ¿Cuál es tu nombre?
–Lucifer.
Fernando retiró las manos del triángulo sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral. El nombre del príncipe de los infiernos fue demasiado para él.
Al día siguiente, el muchacho aventó la ouija en un terreno baldío que, misteriosamente, ardió espontáneamente y pos completo dos noches después.



Dicen que, a veces, los espíritus que se comunican a través de la ouija son bromistas, pero otras veces, los nombres son verdaderos y es algo que resultaría muy caro averiguar.