lunes, 16 de noviembre de 2015

El Jinete Sin Cabeza

(La Rumorosa Y Los Aparecidos)(Adaptación de Rubén Fischer)(Leyendas Mexicanas)
Un señor ya viejo que se llamaba Carmelo, tenía una parcela en el valle de Mexicali donde sembraba, según la temporada, algodón o trigo; lo cuidaba mucho y tenía la costumbre de regarla en la madrugada, porque a esa hora las matas aprovechaban más el agua. Un día como a eso de las cuatro de la mañana, escuchó muy cerca el trote de un caballo, se le hizo muy extraño que alguien anduviera por ahí, pre con todo y eso, dijo con amabilidad:
— ¡Buenos días!
Como no le contestaron volteó y cuál fue su sorpresa pues no había nadie, aunque el Canelo, su perro, no paraba de ladrar. Nunca creyó en cosas de espantos y, sin embargo, esta vez le ganó el miedo. Trató de calmarse y se fue para su casa, todo el día se la pasó inquieto; a la hora de la comida le platicó a su mujer lo que había ocurrido, pero ella no le creyó.
Pasaron lo días y nada extraño sucedió en la parcela, pero un lunes muy temprano el señor salió acompañado de Canelo y cuando subió a su troca se dio cuenta de que había olvidado su lonche, al regresar a su casa, un caballo desbocado que corría sin freno hizo que se parara en seco, pues el animal andaba sin tocar el piso y se dirigía justo hacia él, casi lo tenía encima ¡Cuando desapareció!
El señor tragó saliva y no se movió durante un buen rato, todavía tembloroso entro a su casa, donde se quedó medio dormido; a medio día su señora lo despertó.
— Carmelo, levántate a comer, ¿qué tienes? Estás Pálido.
— Es que me pasó una cosa bien fea y ya no pude ir a la parcela — dijo el señor y le contó lo del caballo aparecido.
 Al escuchar a su marido, la señora se persignó y al ver que se dirigía hacia afuera le dijo:
—¡No vayas a la milpa, te puede suceder algo malo!
El señor no le hizo caso, se subió a la troca y se fue. Al llegar dio unos pasos y se paró bajo un frondoso árbol. Subían a lo lejos los últimos rayos de sol, cuando a sus espaldas escuchó las pisadas de un animal que se acercaba, al voltear, descubrió a un enorme caballo blanco frente a él, lo montaba un jinete vestido de charro, quien dejó al viejo paralizado del terror, pues su cuerpo terminaba en los hombros: ¡No tenía cabeza!
—¿Quién eres? — preguntó armándose de valor — ¿Para qué me quieres?
No hubo respuesta alguna. El señor empezó a sudar, quería moverse y no podía, ver al jinete sin cabeza lo había paralizado. Entre las ramas del árbol sólo se escuchaba el sonido del viento. En eso, se escuchó una voz que venían de quién sabe dónde, parecía que salía de la tierra porque era hueca y tenebrosa:
— Soy Joaquín Murrieta, seguro que has oído hablar de mí; vengo a confiarte un secreto.
 — ¿Qué es lo que quieres? — dijo el señor en voz alta.
— Escucha con atención lo que voy a decirte: en esta parcela enterré un magnifico tesoro y quiero dártelo con una condición.
—¿Cuál? — preguntó Carmelo.
—Sólo tú puedes desenterrarlo, nadie, absolutamente nadie más debe hacerlo, porque aquél que lo haga, caerá muerto como lluvia del cielo y tú junto a él.
La voz se fue apagando, en un abrir y cerrar de ojos el descabezado desapareció con todo y caballo. El señor quedó sorprendido, después de un rato se subió a su troca y se dirigió al pueblo. Cuando llegó era tanta su emoción, que a todos los que veía les platicaba su aventura y su buena suerte. Reunió las herramientas que necesitaba y regresó a la parcela, pero no volvió solo, lo acompañaba un grupo de hombres.
A Carmelo no le importó que destruyeran su sembradío, ya que por todos lados hacían hoyos con picos y palas; al cabo de unas horas, uno de ellos gritó  que había dado con algo. Se fueron a ese lado del terreno y escarbaron con los rostros lleno de felicidad. Encontraron costales hartos de monedas, cadenas, anillos y otros objetos de oro y plata. Brincaban haciendo bulla, pero eso no duró mucho: un jinete sin cabeza en un gran caballo apareció entre ellos. 
Carmelo se acordó entonces de la advertencia de Joaquín Murrieta, sin embargo ya era demasiado tarde. El jinete sin cabeza dio una orden a su caballo, éste pateó la tierra y el tesoro empezó a hundirse jalando a todos los que estaban ahí entre gritos de horror y desesperación.
Carmelo suplicó que no lo hiciera, que lo castigará a él y no a aquellos inocentes, pero fue inútil: en unos segundos no quedaba nadie, sólo Carmelo y el jinete, que desapareció sin decir nada.
Carmelo regresó a su casa, no dijo nada a su esposa, se sentó en la entrada y no se movió más. Pasaron los días, el viejo no volvió a comer y se fue secando, secando hasta que murió. 
Nadie más supo de lo ocurrido. Se dice que Joaquín Murrieta sigue cabalgando por aquellas tierras buscando a quien darle su tesoro.

sábado, 31 de octubre de 2015

El Cuchillo Delator

(Leyenda Española)
Llovía a mares. Un viento huracanado se filtraba a través de los postigos de las ventanas de la posada amenazando con abrirlas de par en par de un momento a otro.
Pocos serían los viajeros que andarían por los caminos aquella noche con semejante tiempo. Esto era precisamente lo que estaba diciendo el ventero en aquel momento mientras miraba con malhumor las mesas vacías y el fuego semiapagado del hogar. Mal negocio era aquel, pues por aquellos parajes pocos eran los viajeros que solicitaban albergues. Aquellas tormentas eran capaces de alejar de alejar  de aquellos contornos hasta el mismísimo diablo. Mientras el hostelero pensaba en tales cosas, de repente, oyó unos fuertes aldabonazos en la puerta. Rápidamente fue a abrir y se encontró ante un caballero montado en un brisco corcel y totalmente empapado de agua.
– Bienvenido, señor –dijo el hostelero con cara alegre.
El caballero parecía un hombre acaudalado y el posadero siempre se mostraba amable con tales huéspedes.  
–Bien hallado, buen hombre. Déjame entrar enseguida. Quiero acercarme al fuego para secar mis ropas empapadas. Entre tanto, lleva mi caballo a la cuadra, sécalo y dale un buen pienso. El pobre bien lo merece porque traerme sano y salvo hasta aquí en un día como hoy es una auténtica proeza.
–Cierto, señor. Las tormentas de esta región son algo verdaderamente impresionante.
Tras decir aquello, el hostelero ayudó a descabalgar al desconocido. Luego cogiendo el caballo por la brida se apresuró a llevarlo a la cuadra.
El caballero permaneció un buen rato calentándose junto al fuego. Para estar más cómodo depositó dos bolsas que llevaba, al parecer repletas de doblones, en el banco y acercó sus manos a las crepitantes llamas con aire de satisfacción. Al cabo de un rato entró el posadero. Tan pronto como abrió la puerta sus ojos se clavaron en aquellas dos bolsas de cuero que el caballero tenía a su lado, sobre el banco. Por el tamaño y por lo llenas que estaban, el ventero pensó que había allí dinero suficiente para comprar cincuenta ventas como la suya, por lo menos. Sin decir nada, el posadero empezó a servir la cena. El caballero comía con buen apetito y se notaba que estaba de buen humor. El hostelero con muy buenas palabras empezó a darle conversación y se dio tal maña que al cabo de media hora  ya sabía  que se trataba de un hombre muy acaudalado que iba a comprar ciertos terrenos en una villa próxima. Hablando dieron las doce de la noche. El viajero decidió ir a acostarse. El posadero se apresuró a guiarle hasta su habitación.
Mientras acababa de arreglar el comedor el hombre empezó a sentirse tentado por una irresistible codicia.  Aquellas dos bolsas de dinero solucionarían su vida. Jamás tendría que preocuparse del sustento si  lograba apoderarse de ellas. Mil veces aquel siniestro pensamiento cruzó su mente.  Con cautelosos pasos empezó a subir la escalera, se acercó a la puerta de la habitación del huésped, prestó oído atento y no percibió ningún sonido.
Al pie de la cama, sobre un escabel, había dos bolsas de cuero. Los ojos del posadero relampaguearon de codicia. Muy despacio introdujo una ganzúa en la puerta y lentamente le hizo dar la vuelta hasta que ésta se abrió. Procurando andar siempre pegado a la pared se acercó a la cama para coger las dos bolsas de cuero. Pero en aquel momento el caballero abrió los ojos. Entonces el posadero ciego de rabia al verse descubierto, sacó su cuchillo de caza y rápido como el rayo lo hundió en el pecho del caballero que murió al instante. Inmediatamente escondió las bolsas de cuero en la alacena, cogió el cadáver, lo metió dentro de un saco y andando bajo la lluvia lo llevó hasta el lago de Taravilla. Una vez allí, echó el saco al fondo del lago y se dijo que ya podía dormir tranquilo, pues en una noche como aquella nadie le habría visto salir de casa de nadie tampoco habría visto entrar al caballero a la posada..
Con sonrisa diabólica el posadero no cesaba de repetirse hasta aquel momento que todo salía a pedir de boca. A grandes pasos se dirigió otra vez a la venta, entró, cerró la puerta con llave, contó el dinero  y lleno de satisfacción comprobó que aún era más de lo que se había imaginado. Inmediatamente se fue a acostar, pero aún no había empezado a desnudarse cuando de repente profirió una horrible maldición. Acababa de acordarse de que se le había olvidado sacar el cuchillo, lo había dejado clavado en el cuerpo del muerto y lo peor es que en el cuchillo estaban grabadas sus iniciales. Si se descubría el cadáver estaba perdido. Sin embargo, pronto se tranquilizó a sí mismo diciéndose que nadie iba a entrar jamás  aquel cadáver. ¿Quién sería capaz de ir a buscarlo al fondo del lago de Taravilla?
Tranquilizado con este pensamiento, se durmió. Al amanecer, cuando las primeras luces del día rasgaron las tinieblas de la noche, el hostelero se levantó sobresaltado. Toda la casa temblaba con rítmicas sacudidas que cada vez se iban haciendo más fuertes.
Aterrorizado salió a la calle y se dirigió hacia el pueblo para ver que pasaba. Pronto se encontró unas cuantas mujeres que huían despavoridas, lanzando terribles gritos. A la primera que puedo para le preguntó:
–¿Qué ocurre? Dime
– No lo sé, nadie lo sabe. Hace cosa de media hora ha empezado a temblar. Se han desmoronado algunas casas y toda la gente del pueblo ha huido. Algo muy grave debe de estar ocurriendo en la Muela de Utiel.
El temblor iba creciendo por momentos. Los árboles caían derrumbados como fulminados por un rayo, las madres corrían con sus pequeños en brazos, las viejas rezaban y los hombres intentaban ponerse a salvo y a los que quedaban enterrados bajo el techo de sus propias casas. El espectáculo era lastimoso, pero el hostelero no podía olvidarse del dinero. La codicia podía más que él y en lugar de ayudar a sus vecinos, temiendo que su dinero quedara sepultado entre las ruinas, echó a correr con todas sus fuerzas, entró en la venta cuyas paredes amenazaban con desplomarse, se dirigió a la cocina como un rayo, abrió la alacena y sacó las dos bolsas de cuero, las escondió bajo su jubón y a toda prisa salió de nuevo a la calle. Los temblores de tierra eran ya menos fuertes. Poco a poco renacía la calma. En aquel momento llegó un pastor jadeante. En cuanto pudo hablar, dijo casi sin aliento:
– Hermanos, acabo de ver un milagro, verdaderamente milagro. Venid todos conmigo, hermanos, hasta la Muela de Utiel y veréis lo que allí ha ocurrido.
Todos siguieron al pastor y cuando llegaron a aquel paraje se quedaron mudos de asombro. La Muela de Utiel se había abierto y las aguas del lago de Taravilla se habían precipitado en sus entrañas dejando al descubierto un saco. Los lugareños contemplaron atónitos el prodigio, encontraron el saco y encontraron el cadáver del caballero con el cuchillo del ventero aún clavado en el pecho.
Todos se dieron cuenta entonces del crimen del hostelero. Este, que en aquel momento acababa de llegar lívido de espanto. Aterrorizado se hincó de rodillas y confesó su crimen públicamente entregándose él mismo a la justicia.


miércoles, 5 de agosto de 2015

El Pozo De Las Cadenas

(La Rumorosa y los Aparecidos) (Adaptación: Ruben Fisher)(Leyendas Mexicanas)
Cuentan en Tecate, un pueblo ubicado al final de la rumorosa, que en tiempos de revolución, allá por 1910, vivía un matrimonio sin hijos, personas pacíficas y trabajadoras. El señor cultivaba sus tierras, mientras sus esposa se hacía cargo de la casa.
En ese entonces no había mucha gente a los alrededores y los caminos eran solo brechas secas que levantaban unas tolvaneras que dejaban ciego a cualquiera.
Cierto día, unos hombres tenían mucha sed porque llevaban horas caminando bajo el sol, que antes como ahora, quemaba durísimo. Al ver al señor que trabajaba su parcela, se acercaron.
– ¡Buenas tardes! – Saludaron.
– ¡Buenas tardes! – Contestó el señor, dejando su labor y echándose aire con el sombrero–. ¿Qué les ha traído por acá?
–Las ganas de encontrar buena fortuna –respondió uno de los hombres.
–Vamos para Tijuana, ya atravesamos La Rumorosa – dijo el otro.
–Pues todavía les queda mucho camino.
–Tenemos sed, ¿no tendrá un poco de agua que nos regale? –preguntó uno de los extraños.
– ¡Que caray!, me acabo de tomar el último trago – respondió el campesino – pero si no tienen prisa, mi casa está cerca y tengo un pozo.
–No, no tenemos prisa, vamos –dijeron los hombres.
El señor se apresuró a levantar sus aparejos, estaba contento porque era raro que alguien pasara por ese lugar, la visita de gente era un novedad y se aprovechaba para saber cosas de lejos. Así que sin desconfiar, llevó a los hombres hasta su casa; al llegar les presentó a su esposa y éstos saludaron quitándose el sombrero.
Lo hombres bebieron toda el agua que pudieron, comieron como si llevaran días sin probar alimento y platicaron largo rato.
La tarde iba cayendo, los coyotes comenzaban a aullar, mientras la luna dejaba ver sus primeros rayos. Esos hombres no dieron muestras de marcharse, se veía que estaban a gusto, entonces el señor y sus esposa, les prepararon un catre con ramas de cachanilla donde dormir. Muy avanzada la noche, un grito se escuchó haciendo eco a lo lejos...
Nadie sabe que ocurrió, pero cuentan que los extraños se pusieron de acuerdo para robarle lo poco que tenía y como se resistiera lo amarraron con unas cadenas y lo echaron al pozo. La luna fue la única testigo de aquel suceso; de su esposa así como de los hombres no volvió a saberse nada.
Desde entonces, hay noches que en el pozo se oye mucho ruido. Quien lo ha oído, dice que el muerto logra salir y arrastra sus cadenas mientras llora entristecido, dicen que vaga en busca de sus esposa desaparecida y de los desalmados que lo mataron. La gente que pasa por ahí muy de mañana, comenta que se pueden ver claramente, alrededor del pozo, las huellas de unos pies encadenados.

viernes, 24 de julio de 2015

El Gato Negro

(La Rumorosa y los Aparecidos) (Adapatación: Ruben Fisher)(Leyenda Mexicana)
Hace muchos años, en un pueblo en Ensenada, vivía una muchacha que amaba a los gatos, aparte de trabajar, se dedicaba a cuidarlos, alimentarlos y darles cariño; siempre estaba rodeada de ellos, cuando veía uno abandonado en la calle se lo llevaba a su casa.
Todos los vecinos sabían de su amor hacia los gatos, es por eso que en vez de llamarla por su nombre le decían la muchacha de los gatos.
Sucedió que una noche mientras dormía, se despertó al oír unos fuertes golpes en la ventana, pensó que era algún vecino que necesitaba algo y al asomarse se sorprendió pues no había sino un gato negro que la miraba con ojos brillantes. Ella le abrió para dejarlo entrar, el gato se le acercó ronroneando, así que lo acarició un rato y luego se volvió a dormir.
Pasaron varios días, el gato negro era el más cariñoso de todos los que vivían con la muchacha, la seguía a donde iba, y ¡hasta dormía en su cama! Sin embargo, la joven se dio cuenta que los otros gatos empezaron a alejarse, a irse de su casa, pero no entendía por qué y sentía tristeza, pues cada vez tenía menos animales. De entre éstos, ella quería especialmente a una gata siamés, a la que había criado desde pequeña; temerosa de que también se alejara, decidió dedicarle más tiempo.
Una tarde la joven llegó de trabajar y, con gran pesar, se fijó que sólo dos gatos se acercaron a ella: la siamés y el negro. Levantó a la gata, la abrazó, la besó y se sorprendió mucho al ver que el animal se enojaba: a ella le dio miedo porque los ojos se le pusieron rojos, se le pararon los pelos del lomo y empezó a gruñir tan fuerte, que parecían los gritos de una persona. A la noche siguiente mientras servía leche a su gata, el otro se acercó y comenzó a maullar enojado, al ver esto, la muchacha trató de levantar a la siamés, pero el gato saltó sobre la gata y pelearon ferozmente. Desesperada por no poder separarlos, corrió a buscar una escoba. Cuando regresó, la gata estaba muerta y el gato negro se lamía las garras. Entonces la joven se puso a llorar, y con la escoba echó al gato a la calle. Durante varias noches, el animal estuvo maullando en la ventana, esperando que le abriera para entrar.
Cierto día que la muchacha regresó, encontró al gato dentro de la casa y se espantó, porque se veía enorme, grandísimo. Trató de sacarlo y el gato ni se movió, sólo se quedo viéndola a lo ojos; de pronto ¡saltó sobre ella, arañándola y mordiéndola! La muchacha quiso zafarse, gritar, pero el gato enredo su larga cola en el cuello de la joven y apretó hasta que dejo de respirar. El negro animal se quedó un rato junto al cuerpo, luego salió por la ventana y desapareció en medio de la noche.
Nadie se hubiera enterado de la muerte de la joven, de no ser porque los otros gatos regresaron apenas huyó el gato negro y, al ver que ella no se movía, se pusieron a llorar. El llanto de tantos gatos hizo que la gente fuera a asomarse, sólo así encontraron a la pobre muchacha.

El Cuervo Endemoniado

El Cuervo Endemoniado
(Leyendas mexicanas)

Los leones rugen, las ovejas balan, los elefantes
 barritan, las abejas zumban, los perros ladran. ¿Y los cuervos? Crascitan.
Pues eso hacía noche a noche en un puentecillo aquel pajarraco negrísimo, cuervo magnífico, muy grande y de lustroso plumaje. Los vecinos del lugar, Barrio de San Pedro y San Pablo, estaban fastidiados por aquel animalejo que a las doce de la noche  les interrumpía el sueño con sus gritos. Y hasta con palabras, porque según muchos aquel cuervo era nada menos que el mismísimo Lucifer.

Durante el día se refugiaba en una casa abandonada cercana a ese punte, que apenas se mantenía en pie. Entre vigas caídas y tiliches  ruinosos pasaba las horas de luz diurna. Y en cuanto la noche inundaba las calles, salía de su guarida  para volar por las casas.
Se posaba de vez en cuando en alguna ventana, cuyos dueños se asustaban y cerraban inmediatamente los postigos a piedra y lodo.

Cuentan que a ese barrio llegó a vivir una familia conformada por los padres y tres hijos, los cuales se llamaban Juan, Miguel y Santiago, y tenían entre 10 y 16 años de edad. Los muchachos al oír al cuervo  y luego por los vecinos al oír sus quejas, decidieron librar al vecindario de aquella terrible molestia.
Cada uno por su lado ideó su plan. Juan el mayor, fue el primero en poner en práctica su estrategia. una noche, sin que sus padres se dieran cuenta, salió de casa y llegó al puente para aguardar, embozado en su capa, al ave. Esta llego muy puntual.  Con los doce campanadas, se posó en la baranda del pequeño puente y como un eco repitió con sus graznidos los doce golpes de tiempo. Juan se impresionó al oírlo pero decidido le lanzó su capa para atraparlo. El animal solo dió un giro en corto vuelo y se posó de nuevo en el mismo lugar diciendo:
– ¡Jua, jua, jua... Juan, al demonio no podrás atraparrrrrrrrr!
El muchacho cuando escuchó esas palabras del pico del cuervo, sintió que la sangre se le escapaba del cuerpo y con terror se fue corriendo, tan rápido como sus piernas le permitieron llegando así rápidamente a su habitación.
A la mañana siguiente Miguel y Santiago sabían, por la cara con la que amaneció Juan, que su intento no había tenido éxito y sonrieron socarronamente al verlo aún pálido por el susto de la noche anterior.
Esa misma noche, antes de las doce, Miguel se preparaba para intentar la hazaña. Se decía a sí mismo:
¡Yo solo lo atraparé!, seré el héroe del barrio al librarnos de es animal que tanto los atemoriza. Yo soy más valiente y listo que Juan. Todo eso pensaba mientras tejía una redecilla de hilo fuerte y ligera.
Pues sí, Miguel era más valiente, tanto que cuando el cuervo le habló no corrió, ni siquiera se asustó. Pensó que no era tan raro ni demoniaco que un cuervo hablara. Aunque si los sorprendió que supiera su nombre.
–¡Migh..! ¡Migh..!¡Miguel, si quieres atrapar al diablo, ven por él! ¡Ven por él! – dijo estas palabras la misteriosa ave y se alejo del puente volando directamente hacia su guarida.
En la oscuridad de la casa en ruinas se perdió el cuervo. Miguel, valiente, si arredrarse y con decisión fue hasta la tétrica morada, entro ahí saltando por una ventana y pisando entre los escombros que le hacían perder el equilibrio, vio de pronto una visión fascinante.
En el patio central de la casa bajo un rayo de luna clarísimo estaba parado el cuervo proyectando una sombra siniestra sobre el piso. Avanzó el muchacho con paso felino, y sin quitarle los ojos de encima a su presa.
Cuando estuvo a una distancia que creyó adecuada lanzó su redecilla. Pero el impulso inicial ésta se atoró en algo que Miguel no podía ver por la oscuridad. Jaló con fuerza para liberarla y entonces con gran estrépito se le vino encima un montón de escombros, que esquivo, de lo contrario lo hubieran hecho papilla o roto bastantes huesos. Por el estrepitoso ruido, el cuervo alzó el vuelo y Miguel, chasqueado, regresó a su casa con disgusto, raspones y la ropa llena de polvo.
Al día siguiente le toco a Juan mirar con una sonrisa burlona a su hermano el valiente y le preguntó con sorna: "¿Te peleaste anoche con el gato, hermanito?"
Santiago, el más pequeño de los hermanos, no dijo palabra, sabía que era su turno intentar la hazaña. Sus hermanos mayores nunca lo creían capaz de hacer algo bien, siempre le decían: "Tú no hagas esto o lo otro, porque estás muy chico"
Esa noche el chiquillo salió de casa, con miedo, pues solo un tonto podía hacerlo. Caminar por la calle oscura mientras corría un viento helado y enfrentar a un animalejo que que decían que era el diablo no era para menos.
Muy envuelto en su capa oscura llegó al puente y aguardó agazapado. En unos instantes, llegó con terso vuelo el cuervo. Las doce campanadas sonaron acompañadas de los ríspidos gritos del avechucho maldito. A cada graznido Santiago se estremecía. Pos su mente cruzó la tentadora idea de irse corriendo a su casa, de meterse en su cama, o debajo de ella.
Cuando el cuervo terminó su macabro concierto, Santiago avanzó tres pasos en dirección al animal. Éste, al descubrir la presencia del niño, lo miró ladeando su pequeña cabeza y su gran pico con movimientos cortos, y también dio unos pasos sobre el barandal pedroso.
Santiago se quedó parado, como hipnotizado por la mirada del ave, y ésta hizo lo mismo como si fuera una estatua adornando el puentecillo.
Pasaron así una veintena de segundos y ninguno de los contrincantes hizo algo, o eso parecía, porque Santiago debajo de su capa había abierto un recipiente que traía. El muchacho avanzó otros dos pasos con gran suavidad y sin dejar de mirar al cuervo. Cuando éste se decidió a volar, Santiago rapidísimamente lanzó el contenido del recipiente que ocultaba, diciendo:
–¡Si el demonio eres, vete de este lugar! ¡Vete a los infiernos y no vuelvas más! 
Un chubasco de agua bendita que Santiago había tomado de la pila de una iglesia, empapó al cuervo que gritando escandalosamente voló, huyendo a su conocido refugio, dejando tras de sí una estela de bruma y chispas rojizas.

La pobre criatura también huyó empapada, pero en sudor por el trance que había sufrido, Apenas entró a su casa cuando se escuchó en todo el vecindario un grandísimo  ruido, todo el mundo se despertó. Señoras en camisón se asomaron persignándose por las ventanas, otras sin él también se asomaron, pero se ocultaron al notar su impúdica apariencia. 

La casa maldita, guarida del cuervo, se había desplomado por completo. Una espesa nube de polvo flotaba sobre la ruina espantosa. Y como si descansara de una condena, la calle entera junto con su puente pareció exhalar un suspiro de alivio.

A la mañana siguiente, Juan y Miguel con sonrisas de complicidad dieron palmaditas en la espalda a su hermano menor, sentían orgullo y admiración por él; había logrado lo que ellos intentaron sin éxito.

Desde entonces ya no le hicieron burla y lo consultaban para hacer cosas, pues se habían convencido de que su fuerza y su valentía, con la inteligencia de Santiago, buenos resultados les darían.
Y también desde entonces aquel cuervo infernal ya no volvió a despertar con espanto a la gente de ese barrio. Y de su presencia sólo quedó el recuerdo que hizo que la calle se llamara "El puente del cuervo".



domingo, 14 de junio de 2015

Recomendaciones De Libros...

El Nombre Del Viento
Me llamo Kvothe, que se pronuncia ‘cuouz’. Los nombres son importantes porque dicen mucho sobre la persona. He tenido más nombres de los que nadie merece. Los Adem me llaman Maedre. Que, según como se pronuncie, puede significar la Llama, el Trueno o el Árbol Partido. Mi primer mentor me llamaba E’lir porque yo era listo y lo sabía. Mi primera amante me llamaba Dulator porque le gustaba cómo sonaba. Me han llamado Kvothe el Sin Sangre, Kvothe el Arcano y Kvothe el Asesino de Reyes. Todos esos nombres me los he ganado. Los he comprado y he pagado por ellos. Pero crecí siendo Kvothe.
Una vez mi padre me dijo que significaba ‘saber’. He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. Quizá hayas oído hablar de mí.”
Así empieza una historia extraordinaria. Músico, mendigo, ladrón, estudiante, mago, héroe y asesino: esta es la leyenda que se ha forjado alrededor de la figura de Kvothe. Ahora, por primera vez, él va a relatar la verdad sobre sí mismo. Y para hacerlo bien, deberá empezar por el principio: su infancia en una troupe de artistas itinerantes, los años malviviendo como un ladronzuelo en las calles de una gran ciudad, y su llegada a una universidad donde espera aprender una magia de la que se habla en las historias… Atípica, profunda y sincera, El nombre del viento es una novela de aventuras, de historias dentro de otras historias, de misterio, de amistad, de amor y de superación, escrita con la mano de un poeta y que ha deslumbrado -por su originalidad y la maestría con que está narrada- a todos los que la han leído.
Después de este fantástico libro sigue "El Temor De Un Hombre Sabio" y hay otro libro que se centra sobre uno de los personajes sobresaliente que se llama "La música Del Silencio" simplemente sensacionales, la manera de narrar te atrapa.

La Feria Del Bosque De Ileroth

La Feria Del Bosque De Ileroth
– Juan, no debes quedarte dormido en el bosque; es peligroso.
Esta cantinela la escuchaba Juan el leñador casi todo el día, porque cuando se le hacía tarde buscaba refugio en cualquier parte del bosque y se echaba a dormir sin ninguna preocupación.
–¡Bah!, conozco el bosque como la palma de mi mano. No hay un solo animal o planta que no conozca, ¡y hasta el mismo lobo desvía su camino para no encontrarse con mi hacha!
–Muy seguro estás de ti mismo, Juan – le decía su abuela, una anciana casi ciega que había sido una famosa curandera-. Quiera el cielo que no te encuentres con los elfos.
–¡Los elfos! Pero abuela, ¿no crees que ya soy mayorcito para que sigas contándome cuentos?

Un buen día, Pedro el ebanista recibió un encargo del castillo para hacer un armario muy especial. Un mueble para el que necesitaba madera de los árboles que crecían en lo profundo del bosque. Habló con Juan y éste prometió traérsela.
Anduvo durante todo el día hasta que desembocó en una zona del bosque que nunca había visitado. Empezaba a anochecer y decidió buscar un lugar donde dormir. Encontró un claro con mullida pradera, se apoyó en un gigantesco roble y cerró los ojos. Estaba quedándose dormido cuando escuchó una alegre música. Extrañado, se levantó y se dirigió en dirección al sonido.
Cuál no sería su sorpresa cuando, al subir una loma, se encontró con una feria llena de puestos, luces brillantes, guirnaldas de colores y gente bellísima que parecía divertirse de lo lindo.
Lleno de curiosidad, se acercó. Efectivamente, se trataba de una feria. Recorrió los caminos iluminados, se acercó a los puestos y probó delicias que nunca hubiera imaginado: unos dulces con sabor a amanecer, una bebida que sabía a arco iris... 
La orquesta estaba interpretando una melodía que le evocaba tiempos felices. Hacía mucho que no se encontraba a gusto.
Toda la gente con la que se cruzaba era más alta que él, tenía los ojos enormes y hablaba en un idioma que le resultaba casi incomprensible. Y digo casi porque, aunque no entendía las palabras, le sonaban familiares. Como esas canciones que nos parece haber oído antes y cuya letra no acertamos recordar.
Se asomó a un tenderete y vio a una anciana que miraba absorta una fuente de plata llena de agua. La mujer le invitó a sentarse junto a ella y mirar también. Juan lo hizo y dejó pasar el tiempo mientras miraba. Colores, sensaciones y sonidos le llenaban la cabeza haciéndole sentirse vagamente perdido.
Cuando por din salió de allí, se acercó a la zona donde tocaba la orquesta. Se sentó en el tronco de un árbol caído y contempló cómo bellos y lejanos seres bailaban sin parar.
De repente, su vista se posó en una mujer misteriosa que le miraba fijamente. Como atraído por un imán se dirigió hacia ella.
Bailaron y bailaron al ritmo de las melodías que Juan no había escuchado nunca pero que parecían dar alas a sus pies. Una tras otra se sucedían las notas del arpa, del timbal y de la flauta formando frases que parecían susurrarle secretos mensajes al oído.

Los enormes ojos de la mujer no se apartaban de la cara de Juan, y eso le hacía sentirse feliz. No sabía cuánto tiempo llevaba bailando, pero tenía la sensación de que era una eternidad...
Sin saber ni cómo ni porqué, llegó el momento en que la música fue perdiéndose, los puestos, las luces y la gente se hicieron trasparentes y, un momento después...¡Ya no estaban!
Hasta su pareja de baile se evaporó entre sus brazos después de hacerle una leve caricia en la mejilla. Juan se sintió mareado y se sentó apoyado contra un árbol.
Cuando abrió los ojos comprobó que seguía en el roble en que se había apoyado al principio de la noche, sacudió la cabeza y pensó que todo debía haber sido un sueño.
Como era ya de día, recogió la madera que había ido a buscar y se puso en marcha hacia su aldea. La casa de Pedro el ebanista era una de las primeras, así que cuando llegó le dijo a un chiquillo que jugaba en la puerta que le avisara.
–¿Pedro? Aquí no vive ningún Pedro, señor.
–¡Cómo que no! Ayer mismo hablé con él ante esta puerta.
Una mujer salió de la casa y le dio la misma respuesta.
Juan no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Ya iba a irse a su casa cuando una anciana que estaba sentada en la puerta de la casa de al lado le preguntó:
–¿Se refiere usted a Pedro el ebanista?
–Por supuesto. ¿Sabe usted dónde puedo encontrarle?
–Ya en ninguna parte, hijo. Hace 30 años que murió.
Juan miró a su alrededor. Muchas cosas habían cambiado... y lo comprendió todo. ¡Durante la noche que pasó en la feria habían trascurrido casi cincuenta años! A veces hay que escuchar a las personas sensatas... si no quieres bailar con los elfos...

sábado, 21 de marzo de 2015

Ayer

Mario Benedetti 

Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente

Ayer pasó el pasado por el puente
y se llevó tu libertad cautiva
cambiando su silencio en carne viva
por tus leves alarmas de inocente

Ayer pasó el pasado con su historia
y su deshilachada incertidumbre/
con su huella de espanto y de reproche

Fue haciendo del dolor una costumbre
sembrando de fracasos tu memoria
y dejándote a solas con la noche.



El Campanero De La Muerte

El Campanero De La Muerte
(Historias reales de espantos y aparecidos) (Por Pilar Obón)
Un pueblo perdido en la sierra Michoacán, fue el escenario de esta extraña, historia.
La gente del lugar comenzó a darse cuenta de que algo no estaba bien con el Padre Juan, cuando un domingo, en plena misa de 12, se presento en estado inconveniente.
Borracho como una cuba, el sacerdote apenas pudo llegar antes de trastabillar y caer vergonzosamente. Sus acólitos lo recogieron y lo llevaron a la sacristía. La misa se canceló y, mientras la gente se alejaba murmurando.
En verdad, hacía tiempo que el pobre padre Juan era alcohólico y había logrado mantenerlo en secreto hasta ese día.
Y el pueblo, que rara vez es misericordioso, comenzó a evitarlo en lugar de ayudarlo. Cada vez menos gente asistía a sus misas, a pesar de que él había hecho promesas formales de regenerarse, que al contrario se sumía mucho más en el alcohol.
Una tarde, en el autobús de las cuatro, llegó una carta para él. Era de la diócesis del lugar. Gente importante del pueblo se había quejado de su conducta. Se le ordenaba terminantemente que abandonara el pueblo y se presentara en la cabecera del estado para ser degradado de ignominia. Es decir, que dejaría de ser sacerdote. 
Fue más de lo que esta alma enferma  y atormentada pudo soportar. Esa misma noche, echó a vuelo las campanas, y el pueblo se reunió ante la iglesia, más por morbo que por verdadera compasión.
Grande fue la sorpresa y escándalo que les causó ver al padre Juan, vestido con su indumentaria de oficiante, parado en lo alto del campanario y perfectamente sobrio.
–¡Dios mío, perdóname! – gritó el sacerdote ante el pueblo silencioso–. ¡Mensajero de la muerte soy! ¡Acógeme, aunque no soy digno de acercarme a ti!
Un grito ahogado brotó de la multitud cuando el sacerdote saltó del campanario y se estrelló contra el pavimento, doce metros más abajo. Su cuerpo sin vida fue enterrado fuera del camposanto, porque el ser sepultado en territorio sagrado les está vedado a los suicidas.
Ponto, otro padre, más joven y sano, fue enviado para relevar al sacerdote muerto. Como la memoria de los pueblos suele ser corta, pronto la gente olvidó al antiguo párroco cuando el escándalo palideció a fuerza de ser comentado una y otra vez en los portales de las casas. No pasaría mucho tiempo antes de que lo recordasen otra vez...

El padre Azrael estaba contento con su parroquia. Lamentaba profundamente el triste fin de su antecesor, y rezaba todas las noches por la salvación de su alma. Como hombre religioso, sabía que el padre Juan no tenía perdón según las leyes de la Iglesia pero que Dios, en su infinita misericordia, podría entender que esa alma descarriada sólo había cometido el pecado de enfermarse. Azrael era lo suficientemente moderno para comprender que el alcoholismo no es un vicio, sino un autentico progresivo y mortal, y que, en ese sentido, no era un pecado, sino una cruz.
Una noche, después de decir sus oraciones y rezar el padrenuestro de costumbre por el alma del padre Juan, el padre Azrael creyó escuchar ruidos en la sacristía.
Se asomó alumbrándose como una linterna de pilas –había que ahorrar lo poca energía que llegaba a ese pueblo perdido en la sierra.
En medio de las sombras, le pareció ver la silueta de un sacerdote que cruzaba presurosa la puerta que daba a las escaleras que llevaban al campanario. Iba  a seguirla cuando, de pronto, las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. Atónito el Padre Azrael pudo ver cómo las cuerdas subían y bajaban sin que nadie las moviera. Persignándose, se cayó de rodillas y de su alma salió una plegaria:
–¡Dios mío! ¡Ayúdanos!
Al día siguiente, hubo una muerte en el pueblo.
Una de las ancianas, que vivía con su nieta, fue encontrada sin vida en su cuarto. El médico dicatminó que se había tratado de un paro cardíaco.
El padre Azrael administró los últimos sacramentos al cuerpo, que fue enterrado en el cementerio. Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para dominar el violento miedo que seguía sintiendo desde que viese la aparición y las campanas se hubiesen echado al vuelo, hecho que no había comentado con nadie. 
El asunto se repitió una semana después. De nuevo, Azrael escuchó ruidos en la sacristía y vislumbró la figura de un sacerdote que se parecía mucho al difunto padre Juan subir por las escaleras del campanario. Las campanas sonaron, y a la mañana siguiente, dos niños que habían salido al campo fueron encontrados muertos. Se habían ahogado en el río.
Dos veces más, y otras dos muertes inesperada.
De pronto , el pueblo comenzó a atar cabos. Eran varios los que juraban que, muy tarde en las noches anteriores a los decesos, habían visto al padre Juan cruzar la plaza principal. Poco después, las campanarios se habían echado a rebato solas.
Esto siguió hasta que el pueblo, poseído por un temor religioso, comenzó a esperar con angustia el tañido de las campanas anunciado el siguiente deceso.
Empezaron a llamar al padre Juan como "El campanero de la muerte".
Hasta que el padre Azrael decidió que ya era suficiente.
–¡Dios mío! – dijo, postrado de hinojos ante el cristo del altar mayor - líbranos por piedad de esa alma atormentada , e indícame en tu infinita sabiduría, que debo hacer para darle la paz que todos tus hijos arrepentidos se merecen. Y así se sumió en una profunda meditación.
Llamó a rebato. Al principio, la gente no salió. Pero el barrendero vio que era el padre Azrael el que estaba tocando, y de pronto la voz se extendió.
– Hermanos – dijo el joven cura, cuando la mayoría del pueblo se hubo reunido –, el alma del padre Juan es un alma perdida que debe ser devuelta al camino de la luz. Podemos hacer una misa en su honor y perdonarlo de corazón. Sólo así evitaremos que las campanas de la muerte vuelvan a tocar en este pueblo.
Acto seguido la misa se celebró. Casi toda la gente rezó a Juan por miedo, pero algunas buenas almas, entre ellas la del padre Azrael, lo hicieron honestamente, sintiendo autentica compasión por el viejo sacerdote que se había quitado la vida en un acto de desesperación. El perdón sincero que emanó de estas personas fue suficiente para que la misericordia ejerciera su divina influencia.
A partir de es día, nunca más las campanas del pueblo doblaron lanzando un fúnebre presagio. 
Y alguien, mando a poner en la lápida del padre Juan: "Campanero de la muerte, Dios te ha perdonado"....

domingo, 1 de febrero de 2015

Epitafio Para Mi Tumba

Alfonsina Storni

Aquí descanso yo: dice "Alfonsina"
en epitafio claro, al que se inclina.

Aquí desacanso yo, y en este pozo
pues que no siento, me solazo y gozo

Los turbios ojos muertos ya no giran,
los labios desgranados, no suspiran.

Duermo mi sueño a pierna suelta,
me llaman y no quiero darme vuelta.

Tengo la tierra encima  y no la siento
llega el invierno y no me enfría el viento.

El verano mis sueños no madura,
la primavera el pulso no me apura.

El corazón no tiembla, salta o late, 
fuera estoy de la línea de combate.

¿Qué dice el ave aquella, caminante?
Tradúceme su canto perturbante:

Nace la luna nueva, el mar perfuma
los cuerpos bellos báñense de espuma.

Va junto al mar un hombre que en la boca
lleva una abeja libadora y loca:

Bajo la blanca tela el torso quiere
el otro torso que palpita y muere.

Los marineros sueñan en las proas, 
cantan muchachas desde las canoas.

Zarpan los buques y en sus claras cuevas
los hombres parten hacia tierras nuevas.

La mujer, que en el suelo está dormida,
y en su epitafio ríe de la vida,

como es mujer, grabó en su sepultura
una mentira aún: la de su hartadura.

domingo, 25 de enero de 2015

Chistes De La Semana...

Chistes

Un fabricante de muebles viaja a Suecia a comprar madera para su negocio. Cierta noche le dieron ganas de tomar un trago y entró a un bar. Allí se encuentra a una hermosa rubia sentada en la barra. Sin pensarlo 2 veces se le acerca, pero como ninguno habla el idioma del otro se ponen a hacer dibujos en un papel para darse a entender. El dueño de la fábrica dibuja un vaso con licor y hielos. Ella acepta y se toman una copa. Como la música es propicia para bailar, el hombre dibuja a una pareja bailando. La rubia vuelve a aceptar y bailan un rato. De regreso en la barra, la mujer dibuja un armario, un buró y una cama. El rostro del hombre se ilumina.
-¡Si, si!- exclama- ¡Acertaste, soy fabricante de muebles!


Conversación entre dos amigos:
-Mi esposa manejaba muy imprudentemente, pero por fin me las ingenié para que dejara ese hábito.
-¿Ah sí? ¿Cómo le hiciste?
-Fácil, le advertí que si chocaba, su edad saldría publicada en todos los diarios.


El ladrón se mete a un departamento, en eso llegan los dueños y lo atrapan con las manos en la masa.
-Como ya me vieron – dice el ladrón-, voy a tener que eliminarlos, pero antes quiero saber sus nombres.
La señora de la casa es la primera que habla:
--Yo me llamo Isabel.
-A usted no puedo matarla porque así se llama mi mamá – señala el ladrón.
Luego le toca a hablar al esposo:
-Yo me llamo Juan, pero mis amigos me dicen Isabel.

Una mujer ve a un niño y le da una naranja. La madre del pequeño al notar que éste toma la fruta y se queda callado, lo reprende.
-¿Cómo se dice?
El niño mira a la mujer, extiende el brazo hacia ella y exclama:
-¡Pélela!

Iba pasando una mujer por la carretera, cuando vio una
multitud rodeando un atropellado, quiso pasar entre la gente para curiosear,
pero al notar que no avanzaba, empezó a decir – con permiso que soy un familiar

– la gente se apartó, para dejarle ver, que se trataba de un burro el accidentado…

¿Quieres dar un paseíto por este lugar en una noche de luna?

En un pequeño pueblo del estado de Guerrero, México, en la época antes de la revolución existía una próspera hacienda, sus propietarios eran gente económicamente acomodada.
En una de las tierras de su propiedad, ubicadas en las orillas del pueblo tenían una gran huerta de árboles frutales, limones, naranjos, enormes mangos, ciruelos, entre otros, atravesaba el pueblo de norte a sur lo que en esa época era un camino real, que se prolongaba hasta atravesar también la huerta, ubicada al sur y continuando en medio del campo, entre enormes árboles y lomas hasta llegar a otro pueblo, en ese entonces dicho camino era transitado por carretas tiradas de caballos, que transportaban lo que en la hacienda se cultivaba o por el ganado que era arriado por los caporales que trabajaban en la misma, ya fuera de un pueblo a otro o del campo a la hacienda y viceversa.
Pues bien, se cuenta que ya en tiempos de la revolución, cuando surgieron gran cantidad de asaltantes, forajidos y malhechores, que lo mismo asaltaban en los caminos reales que las haciendas, dueños de la hacienda vieron en peligro sus propiedades y todo su dinero, que en ese tiempo eran monedas de oro y plata sólidos, así como su riqueza acumulada en joyas y piedras preciosas, lo que los llevó a esconder y poner a salvo todo lo que podían y una manera de hacerlo fue guardándolo en baúles que amarraron con lazos de ixtle y con ayuda de varios de sus peones cavaron en esa huerta una profunda fosa y los enterraron, poniendo después sobre dichos baúles enormes rocas, enseguida mataron a los peones y los arrojaron sobre los baúles, tapando la fosa, con la creencia de que ellos cuidarían sus riquezas ahí enterradas y al mismo tiempo no habría testigos que pudieran regresar por lo ahí enterrado, finalmente, ya tapada la fosa sembraron sobre la misma un amate, uno de esos árboles que con el tiempo llegó a alcanzar unas dimensiones enormes, como señal donde estaba su tesoro.
En el pueblo y en otros pueblos vecinos se conocía la historia y muchos habitantes de uno y otros habían ya intentado cavar bajo las raíces del ya añoso amate con el fin de sacar tan codiciado tesoro pero todos sus intentos habían sido en vano, algunos dicen que porque los peones ahí enterrados junto con los baúles no dejaban que los sacaran, otros cuentan que las enormes rocas depositadas sobre los baúles hacían imposible el acceso a los mismos debido a lo estrecho del túnel cavado, además de que cuando los interesados querían acercarse a las riquezas ahí guardadas los lazos con que fueron atados, por inexplicable prodigio se convertían en enormes serpientes evitando así que alguien pudiera acercarse a ellas y sustraerlas, también llegó a correr el rumor de que por las tardes, ya casi al caer la noche se aparecían bajo las espesas sombras del amate los espíritus de los peones y ya oscura la noche se escuchaban ruidos extraños, voces y murmullos que no eran nada naturales, y hasta se llegó a decir que era un espíritu malo el que habitaba en ese lugar, lo cierto es que la gente evitaba andar por los alrededores o pasar por las cercanías de ese lugar ya avanzada la tarde y mucho menos ya caída la noche.
Así transcurriendo el tiempo, ya se había hecho de todo en el intento por obtener dicho botín, hubo gente incluso que llevó al lugar un padre para oficiar una misa y  pedirle permiso a los espíritus que, según se decía, ahí habitaban y así poder acceder al tesoro escondido en el lugar pero tampoco tuvieron éxito en esa empresa, por lo que el asunto quedó olvidado por algunos periodos de tiempo, allá de vez en cuando alguien lo volvía a intentar pero sin éxito.
Fue pasado algunos años cuando llegó a establecerse en el pueblo una familia, gente desconocida, y por demás enigmática, con el pretexto de poner una fábrica de tejas de barro y ladrillos, pero para esto construyeron un horno para la producción de los mismos en las cercanías del codiciado lugar, tal vez atraída por la historia de que ahí se escondía dinero y joyas antiguos de mucho valor, gente del pueblo que los empezó a conocer rumoraba que eran personas conocedoras del espiritismo y que pretendían hablar con los espíritus que en el lugar habitaban a fin de obtener permiso de ellos y poder hacerse de todas las riquezas ahí escondidas.
Con el paso de los días se empezó a ver a dos hombres y un niño de ocho o diez años, montados en sendos caballos ir y venir de su casa a su rústica fábrica de tejas y ladrillos y viceversa, durante el día, era gente muy reservada, taciturna, seria, de rostros enigmáticos y sombríos, uno era un hombre de unos cuarenta y cinco o cincuenta años, de estatura media, extremadamente delgado, podría decirse casi cadavérico, de piel muy obscura, ojos negros bajo unas cejas aun más negras y muy abundantes, su mirada era fija y penetrante, tanto que al sentirla se erizaba la piel y su rostro era demacrado y enjuto, el otro, por la edad y el parecido se infiere que era el padre del primero y abuelo del niño, rayaba los setenta años, un poco menos delgado y más bajo de estatura y de rasgos un tanto indígenas los dos, de su indumentaria se puede decir que era humilde y sucia por el trabajo, calzaban huaraches y usaban sombrero viejo y de ala ancha los tres, ocasionalmente cruzaban un saludo con gente que encontraban a su paso.
Cierto día los vecinos del pueblo empezaron a darse cuenta que ya muy avanzada la tarde, casi de noche, pasaban rumbo a su pequeña fábrica en lugar de ir rumbo a su casa y poco tiempo después se supo que por las noches estas personas llevaban a cabo ritos espiritistas dentro del túnel que ya había sido cavado previamente en el lugar, hicieron al final del túnel una especie de altar en donde encendían velas y veladoras y quemaban inciensos y algunas plantas aromáticas, por lo que el olor a cera quemada y demás se propagaba hasta el exterior, siendo esto lo que alertó a las personas que pasaban por el rumbo de lo que ahí se hacía.
Así pasó algún tiempo mas, se sabía que a pesar de todos los esfuerzos y ritos que hacían no podían sacar nada de lo que buscaban obtener, que incluso ya podían tocar con sus manos los baúles que contenían tan preciadas riquezas, sin embargo a los pocos días, una mañana se le vio al mayor de estas personas pasar rumbo a su casa con evidentes muestras de haber sufrido una severa agresión pues tenía heridas en toda la cara, brazos y manos, parecían haber sido causadas por enormes garras o algo parecido, de las que se notaba que había brotado y corrido sangre, pues su vestido fue manchado con la misma, del personaje más joven y del niño nunca más se les volvió a ver ni se supo nada.
Según contó antes de desaparecer del pueblo el hombre que se vio regresar a su casa, la noche anterior, a las doce en punto, al estar su compañero en trance hablando con uno de los espíritus que cuidaban el lugar y pensando que era el momento de acceder al tesoro soñado, algo salió mal, nunca supo qué, pues parecía que hasta ese momento todo estaba perfecto,  el espíritu se molestó, enseguida entró una ráfaga de viento que apagó todas las velas y veladoras que en ese momento se encontraban encendidas al mismo tiempo que se escuchó un estruendo parecido al de un edificio cuando se derrumba, acompañado de risas y voces macabras, amenazantes e inentendibles, sintió que el terror invadía hasta el último átomo de su endeble cuerpo, por un momento todo quedó en silencio, se respiraba en el ambiente un olor nauseabundo, insoportable, sentía que se ahogaba, no sentía su cuerpo y pensó que todo había pasado pero no pasaron ni cinco segundos cuando en la densa oscuridad escuchó una especie de ensordecedores rugidos y gritos chirriantes como de miles de fieras y animales de todas las especies a la vez, entre los cuales alcanzó a distinguir los gritos de terror, dolor y desesperación de su hijo y su nieto pidiendo ayuda, pero no podía ayudarlos.
Pensó que era su fin, pensó que ese túnel sería su tumba, mil pensamientos atropellados pasaron por su mente, quiso gritar pero su voz no salía de su garganta, quiso salir corriendo pero sus piernas no respondían, podía pensar pero estaba como muerto en vida, al fin después de unos segundos de mortal silencio, rodeado de la impenetrable oscuridad sintió como navajas desgarraban su cuerpo, sintió como unas enormes garras recorrían cada milímetro de su piel, realmente deseó morir, después perdió el conocimiento, no supo más de él, hasta la mañana siguiente que recuperó el conocimiento, pensó que era una horrible pesadilla, pero no, era la realidad, apenas podía ponerse en pie, era insoportable el dolor que le atormentaba, tanto que la última parte del túnel tuvo que arrastrarse para salir a la superficie, de su hijo y su nieto nunca más supo que pasó con ellos, autoridades y vecinos del pueblo que conocieron de este hecho acudieron al lugar en su busca pero todo lo que pudieron encontrar fueron rastros de sangre en el piso, paredes y techo y en todo lo largo del túnel y nada más.
Han pasado muchos años desde aquel día, nadie supo a ciencia cierta qué fue lo que pasó esa fatídica noche, nunca más se supo de esas personas, nadie hasta la fecha ha podido descifrar este misterio, el túnel fue rellenado de tierra por autoridades y vecinos para evitar tentaciones a curiosos, el amate fue testigo mudo de esa tragedia, pero se cuenta que ya avanzada la tarde aun se miran sombras deambular bajo aquel impresionante árbol y quienes por alguna razón por las noches han tenido que pasar por ese lugar refieren que han escuchado desgarradores gritos de dolor y alaridos escalofriantes que son capaces de erizar la piel del más valiente, o en el peor de los casos quedar paralizado y morirse de terror.
Hoy, aunque este lugar es conocido por los habitantes de todos los alrededores nadie más ha intentado siquiera desenterrar las riquezas ahí guardadas por los hacendados y celosamente resguardadas por los peones sepultados con ellas.
   

¿Quieres dar un paseíto por este lugar en una noche de luna?