viernes, 12 de septiembre de 2014

Desconcierto

Desconcierto
Raúl llegó tarde, muy tarde esa noche a su casa.
La pequeña maleta pesaba como si estuviera llena de piedras. Se sentía muy cansado y confundido, con una extraña debilidad. Sólo esperaba que no le fuera a dar un resfriado. Sería el pésimo remate de un viaje de negocios que no había salido como esperaba. Puros contratiempos. Incluso  había tenido que abordar otro autobús de regreso debido que el suyo lo había dejado.
Le extrañó ver la casa en sombras. Unas horas antes había hablado con Rita, su esposa, para avisarle a que hora llegaría y,  como siempre que viajaba, le había pedido que no fuese por el a la estación. Rita acostumbraba esperarlo despierta, con las luces encendidas. Seguramente, ella y lo muchachos ya estarían dormidos. Ya  era casi de madrugada, la parte más oscura de la noche.
Sintiéndose flotar de cansancio, sacó su llave y abrió la puerta. Casa, por fin. Cómo extrañaba el hogar cuando andaba lejos en sus viajes como representante de ventas de una compañía de libros. Pero ahora por fin había llegado.
La pequeña  casa estaba extrañamente silenciosa. "Qué raro",pensó.
Encendió la luz de la sala, dejó la maleta en el suelo y llamó:
–¡Rita, ya llegué!
Nada. Ninguna respuesta. Cada vez más confundido, Raúl se asomó a su recámara. Estaba vacía, el clóset abierto, la cama tendida. Qué extraño que Rita hubiese dejado las puertas del clóset abierto, como si hubiese sacado una prenda apresuradamente; y la cama no estaba desecha, señal de que ella no se había acostado. Cerró el clóset y después fue  a buscar a sus hijos, Eduardo y Raúl, adolescentes y apunto de entrar a la universidad.
Ellos tampoco estaban en su cuarto, ni se habían acostado; las camas gemelas permanecían nítidamente tendidas. ¿Qué  pasa aquí?
Sintió una punzada de preocupación. Sacó su celular y marcó el número de Eduardo, el único que llevaba teléfono. Lo mandaron al buzón. Después llamo a casa de su suegra. Nadie contestó. Eso si que era raro. A doña Mercedes ya no le gustaba salir de noche. El hecho de que no respondiera el teléfono era extraordinario.
Y el se sentía cansado...
Pensó en prepararse algo de cenar, pero descubrió que no tenía hambre ni sed. Se sentó en la sala para tratar de poner su mente en orden. No entendía porque su familia no estaba en casa. Seguramente había pasado algo, y grave. ¿Cómo averiguarlo?
Se le ocurrió llamar a la puerta de los vecinos. Pero no eran horas de estar molestando a la gente.
No, no estaba pensando con normalidad. Debía averiguar qué diablos había ocurrido con su familia. Trató de recordar: ¿era alguna fecha especial?¡Estarían en alguna reunión?
Se resistía a llamar a los hospitales y a las delegaciones de policía, como hace uno en esos casos. Una parte de su mente le decía que pronto descubriría un motivo perfectamente razonable para su ausencia.
Como respuesta del destino, escuchó la llave en la cerradura. Ahí estaban, bendito Dios.
Pero no eran ellos. La empleada doméstica, Isabel, entró a la casita. Vaya horas de llegar, demasiado temprano.Ella, que siempre llegaba tarde.
Raúl se incorporó para salir a su encuentro. Ella sabría que había pasado.
–Isabel.
La mujer se quedó quieta, mirándolo con los ojos muy abiertos.
– Isabel, soy yo, ¿por qué me miras así?
Hizo un movimiento para aproximarse, pero ella alargó la mano, impidiéndoselo en un gesto simbólico. De sus labios resecos salió un hilo de voz.
– Señor Raúl... usted no debe estar aquí.
–¿Qué dices mujer? ¡Esta es mi casa!
–Ya no.
–¿A qué te refieres con ya no? – preguntó enojado.
–A que usted debería estar con su familia, en el funeral.
-¿Qué funeral?¿Quien murió? – exclamó el hombre, y la angustia comenzó a crecer en su interior.
– Usted. A la señora le avisaron que en el autobús que venía usted se fue a un barranco. Todos murieron. La señora y los muchachos identificaron su cuerpo, y ahorita mismo lo están velando...

Durante varios meses el fantasma de Raúl se apareció en su casa en la colonia del Valle, en la Ciudad de México, cargando sus maletas, queriendo regresar a su vida. Fue necesario decir varias misas en su nombre para que esta pobre alma desconcertada comprendiera que tenía que partir.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario